Jose Fernández
21:16 • 20 dic. 2011
Buena parte de mis primeros ocho o diez años de vida transcurrió entre las cuatro paredes de madera del Fuerte Comansi que casi todas las navidades incluía en mi capítulo de peticiones a los Reyes.
Lógicamente a usted le importa una higa esto que le cuento, pero es que no puedo evitar pensar en ello cada vez que veo una de esas campañas sensibilizadoras para evitar el regalo de juguetes considerados sexistas y/o violentos por parte de un sanedrín de pluscuamperfectos y pluscuamperfectas que vaya usted a saber a qué demonios o demonias jugaron en su lejana infancia.
Y es que a la luz de este implacable tribunal proscriptor y prescriptor, lo del Fuerte Comansi de mi niñez vendría a ser el paradigma de la aberración juguetera: hecho en madera de verdad (antiecológico e insostenible) inductor de comportamientos violentos (en toda guerra india había cortes de cabelleras y ensalada de tiros) manifiestamente racista (los indios se llevaban lo suyo cuando intentaban asaltarlo) y naturalmente sexista (no había mujeres en el fuerte).
Un peligro mortal para cualquier niño actual, vamos. Pero creo que la generación que jugó conmigo a esas cosas, o con muñecas y la Señorita Pepis, no hemos salido tan tarados como estos listos pretenden ahora que saldrían nuestros hijos por jugar a lo mismo.
Otra cosa es que para justificar un sueldo haya que decir pamplinas cada Navidad. En ese juego ya sí que no entro.
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