Cae la nieve como nunca y el primer día los niños saltan alegres y hacen muñecos que solo sonríen. Los coches abandonan las calles para dejárselas amablemente a las personas en trineo. Yo soñaba eso de niño, con despertarme un día y ver la calle Alborán cubierta con dos metros de nieve para poder saltar desde mi ventana en un primero.
Mis únicas vacaciones de niño fueron en Sierra Nevada. Era septiembre pero el calendario no podía con mi ilusión por la nieve ni mi padre con mi obstinación. Nos subió desde Pradollano hasta el Veleta y cuando vio el primer roal de hielo en una ladera con umbría me dejó saltar eufórico a pisarla como si fuera tierra prometida. Aquella plancha sucia de hielo me parecía un paraíso. Es lo que tienen los sueños y los padres populistas.
El populismo es como la nieve, cae del cielo idealista pero ya en el suelo se ensucia de realismo. No hay paraíso en la tierra por mucho que se vistan de blanco los políticos populistas.
Llamar “Filomena” a la tormenta que nos ha traído esta nevada catastrófica suena tan paradójicamente gracioso como tener a un presidente con nombre de pato. Los dos han traído estragos.
El asalto al Capitolio en los Estados Unidos ha sido el final que merecía su zafio expresidente, porque es su verdad cruda, alejada de la postal de paisaje nevado.
Además, Trump nos ha ofrecido a los españoles un espejo donde mirarnos pero a nadie le gusta verse sus defectos y si además somos narcisistas, solo esperamos que el espejito nos de la razón como en el cuento.
Pero lo cierto es que en España tenemos una ‘troupe’ de Trumpitos en la política actual. El populismo no tiene fronteras ni ideas, no une por supuestos contenidos de derechas e izquierda sino por fenómenos como el liderazgo personalista, el uso novedoso y agresivo del lenguaje, el halago a la masa frente a una élite real o inventada, el rechazo de lo institucional, la búsqueda del conflicto con el adversario al que convierte en enemigo a aniquilar; porque el populista concibe la política como un ‘todo o nada’, un juego de máximos.
El líder populista simplifica para prometer lo que no puede dar pero le basta con convencer a la gente de que es posible. Trump lo hizo con la construcción de un enorme muro que pagaría México. No lo ha hecho y anteayer fue a prisa y corriendo a inaugurar un trocito como un taco con jalapeños para ocultar su mentira con otra. No obstante, la contradicción no es problema alguno para el político populista, que cabalga sobre ellas, como dijo nuestro Trumpito de izquierdas. Con ellos han surgido las ‘fake news’ y su estrategia de llamar mentira a la verdad sin aportar pruebas.
En los últimos años, políticos populistas en Cataluña lanzaron a miles de catalanes a las calles contra sus propias instituciones. En EEUU, solo faltó la semana pasada que a Pence le llamaran ‘Botifler’. En Madrid políticos populistas apoyaron aquellas protestas de “Rodea el Congreso” el mismo día de la investidura de Rajoy, tachada en sus pancartas y panfletos como “un golpe de la mafia”. Lo decisivo no es que se consuma o no el asalto. Lo relevante es que el populismo mete en las mentes el desprecio al parlamento y a todas otras instituciones que garantizan la continuidad de cualquier democracia.
Las élites malvadas contra el pueblo puro y bueno, esa es otra fórmula populista. La famosa “casta” que aupó a Iglesias es exactamente el mismo concepto que el ‘stablishment’ de los políticos de Washington” con el que Trump convenció a sus electores y ganó a Hillary.
La malévola e inteligente expresión “régimen del 78” busca equiparar la democracia que hoy es una monarquía parlamentaria al régimen franquista. Este es otro síntoma y heramienta de populismo: el uso del lenguaje, creativo, exagerado, dramático descalificando al oponente con original agresividad. Calificar de “asesino” al Gobierno como hizo VOX por los fallecidos de la pandemia es falsedad populista. “Hacer America grande de nuevo”, el “Sí se puede” o el “¡Votarem!” se entonan como himnos populistas.
El populismo ha venido a hombros de las redes sociales. Los asaltantes trumpistas se hicieron tantos selfies como los jóvenes que quemaban y quemarán las calles en Cataluña.
El populismo se forma en los altos estratos del pensamiento humano, de su idealismo y de su pasión por un mundo mejor. Puede parecer bonito como la nieve recién caída, pero al pasar el tiempo, al igual que ésta se vuelve sucia y se convierte en hielo que hace resbalar y caer, rompiendo huesos, el populismo quiebra las almas y mentes de los ciudadanos.
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