El martes fue el Día de la Marmota, que nos demuestra que a los televisivos hombres y mujeres del tiempo en España les interesa mucho más el clima de Punxsutawne (Pensilvania) que el de Almería.
En la película sobre esta ocurrente fiesta el protagonista está atrapado en el tiempo cronológico; se levanta cada jornada para ver y cruzarse con los mismos hechos y sucesos, las mismas caras con las mismas palabras y con el sonido de fondo de Sony and Cher. Nosotros en España llevamos así un año entero pero con la sintonía de fondo de Fernando Simón.
El calendario es como una rueda de molino a la que estamos encadenados y que debemos hacer girar. Por eso, para entretenernos, lo llenamos de celebraciones. De niños teníamos solo el Día del Padre, el de la Madre y el de los Enamorados, pero desde hace unos pocos años hay celebración diaria de todo y para todo, donde se mezcla lo serio y lo cómico, lo relevante y lo superfluo. Rendimos honores por igual a Martin Luther King y al croissant; el día contra la lepra coincide con el del Mago o el Día del Orgullo Friki coincide con el Día de Africa. Fiestas así no son muy distintas a los no-cumpleaños de Alicia en el País de las Maravillas, en la que los españoles seríamos los perfectos anfitriones y con Simón como sombrerero loco.
El pasado día 31 se cumplió el primer año de la era pandémica, cuando un turista alemán infectado fue detectado en La Gomera. Es el inicio de nuestra fiesta de no-cumpleaños como españoles. En ella no hay marmota pero sí otro roedor, el somnoliento lirón, tan calmado como el ministro Illa.
Lewis Carroll disfrutaría oyendo a Simón comentar sus gráficos, hace predicciones no predictivas e hilando una larga frase y su contradictoria en un mundo de posibilidades, con locuciones como “sí que es cierto”, “lo cierto es que” para añadir énfasis a falta de verdad. “¡Feliz, feliz no-cumpleaños!”.
En pocos días celebraremos un año desde que Simón dijera: “No es necesario que la población use mascarillas”. “¡Feliz, feliz no-cumpleaños!” cantaremos, al recordar el ‘escudo social’ con el que “nadie se iba a quedar atrás”, aparte de millones de parados, miles de comerciantes y autónomos abandonados a su sino. Como en el día de la marmota, repetiremos aquellas pancartas de “El machismo mata más que el coronavirus”. Y celebraremos que el 70 por ciento de la población “estará no-estará” vacunada este próximo verano.
Mostrando mundos alternativos como el de Wonderland, Carroll reflexionaba sobre la lógica, el pensamiento y el lenguaje que usamos y cómo sería el mundo si la lógica fuera otra. Si Carroll hubiera vivido el año pasado en España, no habría escrito su obra maestra, pues la realidad le supera en locura. Alicia en España preguntaría:
¿Qué clase de gente vive aqui?
Un gato le contestaría que gente loca y ante el reparo de la joven, replicaría el gato:
- “Aqui estamos locos, yo estoy loco, tú estás loca, no lo podemos evitar”.
- “¿Cómo sabes que estoy loca?”, respondería Alicia.
- “Tienes que estarlo o no habrías venido aqui”.
¿En qué episodio del cuento habría metido Carroll las críticas irracionales a la creación de un hospital contra pandemias en plena pandemia? Un Humty Dumty sentado en el muro de su chalé le convence a Alicia de que con las palabras se puede todo y si la democracia significaba separación de poderes, ahora significará todo lo contrario: atar los poderes de jueces y periodistas. “¡Exprópiese, nacionalícese!”, clama una sonrisa sin gato, es decir, un gobernante que gobierna sin poder.
La liebre cortoplacista Sánchez proclamó con prisas “hemos vencido al virus”; creó enemigos invisibles y los llamó bulos. Usó el lenguaje bélico para después esconder al ejército en parte de España. Además se inventó la ‘cogobernanza’. La Moncloa mandó aplaudir, y aplaudimos a unos sanitarios a los que condenamos al agotamiento físico y mental. Los aplausos resuenan hoy en los tristes entierros de los 26 fallecidos el lunes en Almería.
¡ Feliz, feliz no-cumpleaños infeliz!
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