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01:00 • 02 ene. 2012
La grave crisis económica que padecemos, con una tasa de paro inaceptable, propia de un país tercermundista, unos puestos de trabajo en su mayoría con salarios mileuristas, que retroceden a marchas forzadas en sus condiciones laborales y económicas. Pensionistas que a pesar de sus bajos ingresos, rayanos a la subsistencia, deben socorrer a familiares ahogados por las hipotecas y el desempleo, a la vez que cuidan en una interminable jornada no remunerada a sus nietos.
No es favorable al mantenimiento de los derechos laborales adquiridos tras décadas de lucha sindical y reforzamiento continuo del Estado del Bienestar. Un panorama tan sombrío para amplias capas de la población española y europea debe ser interpretado por cualquier historiador como condiciones propicias para la generación de enormes convulsiones sociales.
Las consecuencias sociales de la Revolución Industrial con ejércitos de campesinos parados que emigraban a las ciudades, viveros de injusticia y pobreza, con salarios de esclavitud y jornadas de 14 horas diarias propiciaron el surgimiento del proletariado y el nacimiento de los movimientos de lucha obrera como el marxismo.
Sólo la creación artificiosa desde los gobiernos de la época y concretamente del Prusiano del Estado del Bienestar fue el freno de una revolución social que entonces se veía como imparable. Años después la Crisis del 29 trajo enormes conmociones sociales que fueron el germen de los fascismos y de una guerra mundial que asoló al mundo desarrollado.
Por el momento no estamos asistiendo a agitaciones sociales como las precedentes, no hay algaradas callejeras, quema de enseres y vehículos, ocupación de edificios privados y oficiales, manifestaciones multitudinarias violentas… Hay un temor y una incertidumbre generalizada. La crisis es económica pero también de valores. Todavía no hay líderes significativos que muevan a las masas y orienten de los derroteros a seguir, y no sabemos si saldrán, porque hasta ahora sólo hemos oído a los teóricos del neoliberalismo y no hay eco social mediático de otro tipo de soluciones, sólo de llamadas a la no resignación, pero sin propuestas concretas de qué hacer. Cuando nació la Revolución Industrial tampoco tenían claro los ideólogos y pensadores contemporáneos qué estaba pasando, daban palos de ciego sobre la descripción de los hechos y las soluciones a adoptar, era el tiempo de los socialistas utópicos, de los luditas (que pensaban que las máquinas generaban desempleo y por eso las destruían). Tuvieron que pasar años hasta la llegada del socialismo científico con Marx y Engels para un análisis acertado de los hechos.
El tiempo transcurrido desde la generación de la actual crisis financiera y de valores de este sistema capitalista no es lo suficientemente amplio para proletarizar y radicalizar a una masa humana lo suficientemente grande para que se produzca la revolución social. Nada de eso se ha producido todavía. Es posible que nuestra generación o la siguiente, sea testigo de una revolución. Pero también es probable que la caída del bienestar se acepte con resignación, como inevitable, sin grandes levantamientos, ante la indiferencia del poder político, mediático y el debilitamiento de los pilares de los derechos laborales (el sindicalismo).
En ese panorama desolador y lleno de incertidumbres somos testigos de un periodo de la Historia que marcará el devenir de las generaciones futuras y asumiremos con orgullo u oprobio las consecuencias de nuestros actos o de nuestra resignación. La Edad Media que sucedió al Imperio Romano perduró en su oscurantismo y depresión un milenio hasta la venida del Renacimiento.
¿Estamos ante el final del Imperio del Capitalismo? ¿O es sólo un reajuste del sistema financiero y en poco tiempo volveremos a las andadas del consumismo y de nuevas burbujas especulativas en un mar de pompas continuas?
La Historia nos está observando y nos juzgará.
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