“La eclosión de la pandemia que estamos viviendo es fruto generalizado del Mal”. Esta puede parecer una sentencia algo desmesurada, fruto de una teoría confabulatoria o, incluso, de una maldición bíblica, pero no es así. Es una afirmación que se corresponde, a nuestro juicio, con la realidad. Sin duda, a lo largo de la historia ha habido epidemias y pandemias que han generado incluso un daño mayor que esta. Es más, se han llegado a asociar esotéricamente a castigos divinos como consecuencia de la conducta y del pecado humanos. Pero esta pandemia es diferente. Esta está asociada exotéricamente (científicamente) al Mal. Los ingredientes estaban dados, y, para algunos científicos, solo era cuestión de tiempo que ocurriera teniendo el cambio climático como catalizador.
Hans Jonas ya anticipó el problema de la precariedad de la vida y del riesgo de aislar al hombre de la naturaleza. El resultado de su reflexión, recogida en 1979 en El principio de responsabilidad, fue una ética ampliada del ser en el que la ética se vuelve parte de la filosofía de la naturaleza. Lo que hagamos con la naturaleza lo estamos haciendo contra el propio hombre, por lo que tiene implicaciones morales. Hasta entonces, los mandatos ético-morales (aquí por simplicidad estamos identificando la ética con la moral, aunque son dos conceptos radicalmente diferentes) eran antropocéntricos y relativos al hombre presente o coetáneo.
A partir de la reflexión del concepto de responsabilidad de Hans Jonas, se viene a plantear que los conceptos éticos van más allá de las relaciones con los otros hombres, ampliándose al ámbito de la naturaleza, y, sobre todo, no circunscribiéndose exclusivamente al hombre presente, sino también al hombre futuro. Nos estamos refiriendo a las generaciones venideras; a las que más tarde haría referencia el Informe Brundtland en su definición de desarrollo sostenible. Esto suponía incorporar en la mesa de negociación los intereses de las generaciones futuras como un requerimiento de índole ética.
Nuestra relación con el medio natural en los dos últimos siglos ha sido manifiestamente irracional e imprudente, siguiendo una suerte de pulsión freudiana de muerte, especialmente pensando que estamos atentando contra nuestra propia forma de vida y supervivencia. Hemos incorporado tecnologías que, lejos de solucionar el problema a través de la mejora de la eficiencia, lo han agudizado, poniendo de manifiesto el pronóstico de la “paradoja de Jevons”. Dicha paradoja nos viene a decir que la mejora tecnológica que aumenta la eficiencia con la que se utiliza un recurso, más que disminuir el uso del mismo lo que hace es aumentarlo.
Hemos atentado sistemáticamente contra el capital natural y los ecosistemas, incluso ignorando sus servicios socio-económicos, a través de deforestaciones agresivas y el aumento de la superficie urbana, acentuando la pérdida de biodiversidad, e incrementando a tasas suicidas la contaminación ambiental. De hecho, de los nueve límites planetarios, ya hemos rebasado de forma prácticamente irreversible tres de ellos (calentamiento global, extinción de especies y ciclo del nitrógeno). Y lo que es todavía más grave: en el caso de otros tres, estamos muy próximos a rebasarlos igualmente.
Pero no solo la pérdida de biodiversidad, debido al efecto dilución, genera zoonosis. El cambio climático está alterando hábitats que van a desencadenar saltos de virus a otras especies, y, por inclusión, a la especie humana. Recientes estudios científicos están poniendo de manifiesto este preocupante riesgo potencial. En concreto, uno de ellos plantea que el cambio climático está propiciando una alteración a gran escala en la provincia de Yunnan, en el sur de China, así como en las regiones vecinas de Myanmar y Laos, provocando la acumulación de nuevas especies de murciélagos en la zona que portan una gran cantidad de nuevos coronavirus.
El riesgo futuro de que la situación sanitaria que estamos viviendo se repita aumenta día a día. Esta pandemia es solo un síntoma de una profunda catástrofe ambiental, lenta y silenciosa, que está asociada al cambio climático. Pensábamos que el cambio climático iba a atentar fundamentalmente contra nuestro modelo económico, pero la salud está mostrando ser el elemento más inmediato y vulnerable para trasladar sus consecuencias, las consecuencias del Mal generalizado o del gran problema ético de nuestro tiempo. Un problema ético profundamente conectado con nuestro insostenible modelo económico y con nuestra peculiar relación e interacción con la tecnología.
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