El escritor y periodista Juan Cruz precisa en su libro “Territorio de la memoria” que “la memoria camina a velocidades vertiginosas, se ríe sola, llora a veces, es un torbellino que te permite ser tú y el otro”. Una de esas veces es hoy, cuando la memoria llora, cuarenta años después, una de las mayores ignominias de nuestra Transición: la de El caso Almería, la muerte de tres jóvenes inocentes –Juan Mañas, Luis Montero y Luis Manuel Cobo- por efectivos de la Guardia Civil, tras ser detenidos el sábado, nueve de mayo de 1981, en una tienda de Roquetas de Mar al haber sido confundidos con un comando de ETA y torturados de manera salvaje, hasta que sus cuerpos fueron quemados en el interior del vehículo que las tres víctimas habían alquilado para desplazarse a Pechina con el fin de asistir a la primera comunión de Francisco Javier, el hermano menor de Juan Mañas. El suceso, a más de provocar una indignación generalizada en gran parte de la sociedad de aquel momento, acaparó durante mucho tiempo la actualidad informativa en nuestro país.
En aquellos meses de la primavera-verano del fatídico año golpista, un grupo de jóvenes periodistas andaluces aquilataba las mimbres de un proyecto pionero e innovador que culminaría, un año después, en la publicación de “Diario de Granada”, la primera cabecera independiente editada en la ciudad nazarí tras la Guerra Civil. Uno de aquellos compañeros, primer subdirector del citado medio y posterior director del mismo, Antonio Ramos Espejo, viajó por los kilómetros de la muerte, desde Santander a Almería, para reconstruir la oscura historia del llamado “Caso Almería”, que bajo el título de “El Caso Almería. Mil kilómetros al sur”, vería la luz en abril de 1982.
Los primeros meses de vida del Diario nos convocaban cada noche a prolongadas veladas en el “Cary”, que frecuentemente culminaban, bien entrada la madrugada, en “Oxford 2”. Además de aprender buen periodismo, en aquellas sempiternas tertulias intercambiábamos información y experiencias. Uno de los relatos que más interés suscitaba era el que desgranaba Antonio Ramos, con sus datos, avances y progresos en la investigación del execrable crimen del kilómetro ocho de la carretera de Gérgal. En los desplazamientos indagatorios para documentar la investigación, Antonio Ramos se hacía acompañar de algún que otro amigo o colega para afianzar las pesquisas.
Quien suscribe recuerda uno de esos viajes de trabajo, con inspección ocular incluida, al cuartel de Casafuertes y su entorno, y la luctuosa conversación con los padres de Juan Mañas junto al monolito de la carretera de Gérgal. En otro de esos desplazamientos, el autor del libro viajó a diferentes escenarios de La Mancha relacionados con este caso en compañía del productor de Canal Sur, Antonio Muñoz Ferriz, representante en aquel tiempo del cantautor Carlos Cano.
La intensidad de los testimonios de aquel viaje y algunos de los episodios vividos –el taxista de Alcázar de San Juan que había delatado a la Guardia Civil la presencia de los tres jóvenes como integrantes del supuesto comando etarra se enteró de que eran las tres víctimas inocentes de Almería por boca de Ramos y Muñoz- calaron en la sensibilidad del periodista y del productor, quien al regreso –me cuenta- no tardó en comentar a Carlos Cano los pormenores de aquellas vivencias, que causaron un gran impacto en el cantautor, pese a que, evidentemente, éste ya conocía el suceso por la cobertura de los medios. Aquellas narraciones protagonizaron no pocas tertulias de aquel emblemático pub granadino, a las que se sumó en alguna ocasión el autor de la Verde y Blanca.
Pocos días después, Carlos Cano anunció a su representante que ya tenía una nueva canción, -cuya primera maqueta le haría escuchar junto a otros temas- que bautizaría con “El caso Almería” y que se incluiría en su sexto disco, el último con Movieplay, al que el autor denominó “Si estuvieran abiertas todas las puertas”, precisamente una de las expresiones de “El Rubio”, protagonista de otro de los temas del álbum, “Hijos de la calle”, inspirado en la convulsa vida de un joven, auténtico hijo de las calle, que encontró cierta acogida entre las paredes del “Cary”.
Nació así la canción “El caso Almería”, una composición de denuncia de la criminal actuación de unos guardias civiles de Almería y de reconocimiento a sus tres víctimas y a sus doloridos familiares, un tema del que, previamente a su publicación, su autor me trasladó el empeño que había tenido en que adoptase la musicalidad y entonación de las historias de juglares y trovadores medievales. Una conmovedora canción que refuerza el compromiso radical y apasionante del cantor contra la injusticia y en defensa de los derechos humanos y de la libertad. El disco “Si estuvieran abiertas todas las puertas”, que supuso un punto de inflexión en la línea creativa e interpretativa de Cano- se presentó –con un cartel que incluía un comentario de este periodista- el día 21 de octubre de 1983 en el desaparecido teatro Salamanca de Madrid, que registró un lleno absoluto. Allí se dio a conocer por vez primera la canción “El caso Almería” que Carlos Cano dejó para que no se pierda y, cuarenta años después, mantiene sin respuesta su gran incógnita: “¿Qué pasó en Almería?.
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