Violencia vicaria y sociedad machista: todo en uno

Por María Díez Simón, psicóloga y secretaria de ASERTIVA

María Díez Simón, psicóloga y secretaria de ASERTIVA.
María Díez Simón, psicóloga y secretaria de ASERTIVA. La Voz
María Díez Simón
07:00 • 13 jun. 2021

Reconozco que no me sorprendió la noticia, lamentablemente no me sorprendió porque no es la primera vez que conocemos este tipo de noticias y desgraciadamente suelen tener un final parecido. Por eso hoy todos nos preguntamos qué ocurrió y que nos lleva a comportarnos de un modo tan extraño para poder calmar nuestra angustia, y frustración.



Como sociedad organizada alrededor de la familia es difícil entender, en el caso de Olivia y Anna, como un padre puede manipular, agredir y asesinar a sus hijas con el objetivo de atormentar emocionalmente a la madre. El agresor ha evolucionado y ha aprendido que ejerce un mayor control y castigo si su violencia se dirige hacia sus hijos menores que hacia la propia mujer. “No las vas a volver a ver” era la frase que nos adelantaba el desarrollo de esta noticia. Esto ocurre por tres motivos principales: venganza hacia la mujer; sabe que los menores son importantes para ella; y para el agresor los niños no son personas, sino armas arrojadizas por las que no siente ningún afecto.



Esto se llama violencia vicaria definida como un tipo de violencia indirecta, donde el agresor daña a la víctima utilizando terceras personas, normalmente los hijos. En este tipo de violencia, son utilizados de manera instrumental para hacer un daño mayor a la pareja que ocasiona un sentimiento de culpabilidad por no poder defender y auxiliar a sus hijos e hijas. El agresor aprovecha la inocencia y fragilidad de los menores, vulnerando su integridad y por lo tanto es maltrato infantil. Los efectos de los menores tanto físicos como psicológicos producen unas consecuencias muy graves en su desarrollo físico, cognitivo y emocional incluso la muerte. Otros ejemplos de violencia vicaria son denegar la pensión y manutención alimenticia, insultar o realizar comentarios despectivos hacia la madre en su presencia, retirar tratamientos médicos o utilizar los momentos de recogida del régimen de visitar para manipular a los menores o insultar y criticar a la progenitora. 



Continuemos por un hecho fundamental, no están locos, no insultemos a las personas que padecen un trastorno mental porque invisibiliza la dimensión psicológica, social y cultural de su comportamiento. Estas personas han crecido con la idea de “pater familias”, de hombre protector al que su familia le pertenece y si esta se separa, lo interpreta como una derrota al perder el control de la vida social, económica, familiar y sexual de su pareja bajo la idea de que, si la mujer no puede ser suya, no lo será de nadie y por su incapacidad para mantener a la familia unida. En violencia de género, el agresor después de cometer el crimen se suicida, ya que ha perdido la fuente de control sobre su pareja a la que no puede dominar, perdiendo el sentido de su vida que han organizado entorno a la víctima. 



La sociedad y los medios siguen preguntándose si un agresor puede ser un buen padre, pero desde la Psicología se tiene claro desde hace mucho tiempo, “el interés superior de niñas y niños” significa un progenitor que respete en todos los ámbitos a su pareja y los menores y aquí no caben la más mínima violencia o ambiente agresivo. Algo falla en nuestra sociedad, en las familias, en los centros educativos, en la judicatura, en la música o en las redes para que ocurran este tipo de situaciones. En estos sucesos, la respuesta suele ser más educación, pero ¿de qué hablamos cuando nos referimos a esa palabra mágica? Hablamos de talleres de prevención de violencia en centros educativos; de no sexualizar el cuerpo de las niñas menores; de la corresponsabilidad familiar y laboral; de no reír ante los chistes machistas en nuestro círculo de amistades; de creer que por tratar bien a una mujer ya merece ser recompensado o se le tachará de “pagafantas”; como una mujer recibe una mejor consideración y respeto por el hecho de tener pareja; de mujeres que aguantan agresiones por el bien de sus hijos; como se duda de cada declaración de agresión o violencia o solo simplemente de no pegar ni hablar mal a la pareja sin ser capaces de ver la línea ascendente que une todos estos patrones. 



La violencia sexual o física es la parte más visible de un problema que cada vez se polariza más, en el que encontramos al movimiento por la igualdad y al feminismo cada vez más presente, y por otro lado, recibimos diariamente una violencia invisible con la que nos relacionamos rodeados (y especialmente rodeadas) de mensajes como “los hombres no lloran”, “sois unas exageradas”, “a ella le habla mal, pero con los niños se porta bien, pobrecito”, “debería haber denunciado antes”, “el maltrato hacia los hombres existe”. Mensajes que mantienen esa ilusión de obediencia, sumisión y dependencia por parte de los agresores. Conocer todos los tipos de violencias, la protección a los menores y la creación de un nuevo modelo de relación es tarea de todos y de todas. 





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