El Gobierno sacó el viernes la pirotecnia del trastero para hacer mucho ruido con los datos del mercado de trabajo del mes de junio. Cierto que el paro bajó durante el mes pasado en una cifra muy significativa (casi 167.000) y lógica, una vez que las restricciones por la pandemia se han dulcificado.
De hecho, la mayor parte de las incorporaciones al trabajo, el 80% pertenecen al sector servicios, básicamente restauración y hostelería, en menor medida al comercio y algo la construcción. También las afiliaciones a la Seguridad Social ofrecieron en junio una cifra alta, superior a los 233.000 puestos de trabajos creados.
Ahora bien, la realidad es otra distinta. Si nos detenemos en la letra pequeña, lo que queda al descubierto es que el desempleo real se sitúa, al menos 5 puntos por encima de la cifra oficial. Si al paro registrado que ofrece el Ministerio de Trabajo y que alcanza los 3,614 millones de trabajadores, le sumamos los casi 300.000 otros no ocupados, 414.500 con disponibilidad limitada, cerca de 450.000 en ERTE y 240.000 autónomos en cese de actividad, el total de parados se eleva por encima de los 5 millones, por lo que la tasa de paro sobre la población activa supera el 22%. Si en lo que nos fijamos en los datos de afiliación a la Seguridad Social, que como hemos dicho superan los 233.000 empleos creados, hay que anotar que el último día del mes, es decir el 30 de junio se dieron de baja más de 231.000 afiliados.Es decir, del 1 al 30 de junio hay una bajada de casi 140.000 cotizantes.
La economía española, al contrario que la de nuestros socios, demuestra una vez más que, a pesar de haber sufrido todos la pandemia y sus consecuencias en cierres, confinamientos y restricciones, no sólo ha sufrido la mayor caída de PIB sino también el peor dato de paro de toda la eurozona, cuya última estadística publicada lo sitúa en el 8,2%.
Además, y a pesar de la fanfarria gubernamental, el paro continúa un 20% por encima del registrado en 2019. Obvio que la economía ha mejorado su actividad en este segundo trimestre, la cuestión es si esa mejoría se apoya en bases sólidas o es, como se dice en la Bolsa, el “rebote del gato muerto”.
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