¿Alguien se cree al presidente Sánchez cuando afirma con rotundidad que nunca habrá referéndum de autodeterminación?
Ni siquiera lo hacen sus socios parlamentarios de Esquerra Republicana de Cataluña, al recordar por boca de Gabriel Rufián las mentiras anteriores.
Y es que no hay tema de la actividad política del que el Presidente no se haya desdicho, afirmando lo contrario que la vez anterior, desde que no pactaría con los filoetarras de Bildu hasta que no habría indultos para los condenados por el 1-O. ¿Quién puede entonces creer en su palabra cuando lo más lógico sea oírle lo opuesto la próxima vez? En honor a la verdad se puede suponer que el Presidente no miente, sino que en cada momento cree en lo que dice, aunque se dé de patadas con lo anterior.
No olvidemos que, según el diccionario, mentir es “decir deliberadamente lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa que es verdad con el fin de engañar a alguien”. Con lo cual, si Sánchez cree que la verdad es contingente y variable no estaría mintiendo, sino demostrando una carencia absoluta de principios. Le sería aplicable, pues, la grase atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros”.
Por esa volubilidad del verbo presidencial, por esa carencia de escrúpulos en desdecirse constantemente como si no lo hiciera, no hay manera de creer a Pedro Sánchez, hable de la pandemia, de la Justicia, de la recuperación económica o de cualquier otra cuestión. Por eso mismo, tampoco hay que ser ningún experto en hermenéutica para saber que, habiendo dicho lo que ha dicho, algún referéndum caerá y lo que te rondaré morena.
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