Este miércoles se cumplen tres años desde que Pablo Casado ganó a la desaparecida Soraya Sáenz de Santamaría las primarias para sustituir al dimitido Mariano Rajoy al frente del Partido Popular, convirtiéndose en el líder no oficializado de la oposición. Muchas cosas han ocurrido en este tiempo, en el que España, Europa y el mundo han experimentado un vuelco importante en tantas cuestiones esenciales.
Creo que Casado así lo ha acabado entendiendo y es posible que en las próximas horas reafirme algunas posturas y quizá hasta nos sorprenda con algunas nuevas: no se puede continuar como antaño. Puede que hoy mismo esté comenzando lo que podríamos llamar una larga recta final con meta en La Moncloa. No es una carrera que vaya a durar semanas, ni meses. Puede durar más de dos años. Y puede también perderse, que la medalla de oro no está garantizada así, sin más.
En el parador de Gredos, rodeado de sus fieles y de otros que quizá no lo hayan sido tanto en el pasado, Casado debe trazar hoy las líneas de lo que será su actuación futura. No lo dirá, pero el objetivo de deglutir a Ciudadanos se está cumpliendo lo indican de manera unánime las encuestas y su principal preocupación será la de no inclinarse demasiado a la derecha en un intento de suplantar a Vox: creo que en el PP ya están avisados de que la formación ultraderechista de Santiago Abascal está perdiendo apoyos a ojos vista a medida que se multiplican sus errores y sus ‘pasadas’ verbales. Puede que el vuelco se haya acentuado cuando, este octubre, y a corta distancia del del PSOE, el PP celebre su congreso que muchos quieren casi ‘refundacional’.
Hacer una oposición razonable a un Gobierno, el de Sánchez, que ofrece muchos flancos de crítica, pero que sigue liderando las encuestas y acaparando los titulares, exigirá de Casado un equilibrio que a veces no ha mostrado del todo y una actividad diferente: no tiene sentido, por poner un ejemplo inmediato, criticar que Pedro Sánchez viaje a Estados Unidos simplemente por el hecho de que no vaya a ser recibido por Biden; pero sí lo hubiese tenido, y mucho, un plan alternativo al del Ejecutivo en política exterior.
Y así en general: Génova no puede seguir con el ‘no a todo’ lo que hace el Gobierno; primero, porque Sánchez ha sabido generar expectativas remodelando toda su estructura de poder y prometiendo algunas cosas que quizá no pueda cumplir, pero eso se comprobará dentro de mucho. Y segundo, porque no le conviene al país: Casado tendrá, más pronto que tarde, que abrir la mano a una renovación de las estructuras judiciales, porque el conflicto institucional se vuelve peligroso para las mismas esencias de la democracia.
Y tendrá, de inmediato, que reclamar una participación en la Conferencia de Presidentes autonómicos, en la negociación de los fondos europeos e incluso un observatorio privilegiado en la futura Mesa de negociación con la Generalitat catalana. ¿Por qué está renunciando a todo esto, lo mismo que ha dejado caer en el olvido su exigencia de una inmediata sesión parlamentaria del estado de la nación?
Es decir, creo que el PP, ahora más pacificado interinamente, me parece, tiene que exigir al menos un papel de controlador, verificador y fiscal constructivo de aquellas actividades del Gobierno del PSOE-Unidas Podemos que afectan al bienestar y la modernización del país. Y allá Pedro Sánchez si no acepta esa mano crítica que habría de tendérsele. La soberbia presidencial acabará pasándole factura, como se la pasará su desapego del Parlamento y su enfrentamiento con un sector mayoritario de los jueces: los tres poderes de Montesquieu están aquí a la greña, no, como debería ser, simplemente controlándose los unos a los otros.
Sigo pensando que Pablo Casado es el más probable próximo presidente del Gobierno de España. Pero no lo será si la imagen que de él se percibe es apenas la de ‘míster no’, una especie de Hyde frente al doctor Jekyll gubernamental. Casado necesita el apoyo de sus ‘barones’, y seguramente lo tiene; pero ha de convencer a una sociedad que sociológicamente está de manera mayoritaria situada en un tibio centro-izquierda de que la suya no es la alternativa rancia de la ‘derechona’ clásica a la que él, cierto es, tampoco representa del todo.
El país está reclamando ética, transparencia, buenas formas con el ciudadano, que los representantes escuchen lo que los españoles tienen que decir, y estoy seguro de que, en cambio, quiere muchos menos juegos partidistas, egoístas, miopes y sectarios.
Lo diré de un modo más contundente: Casado tiene que convencer también a los desengañados del ‘sanchismo’, incluyendo no pocos catalanes -sin escaños procedentes de Cataluña difícilmente se llega a La Moncloa- , de que él no necesita ser como Isabel Díaz Ayuso, porque, para bien o para mal, nunca será como ella, para encandilar a una mayoría suficiente de españoles, a esa mayoría equilibrada que no quiere que un lío ocupe los titulares de los periódicos cada día. Que hoy por hoy este es el país de los sobresaltos, y de ello no puede culparse solamente al Gobierno de Pedro Sánchez, que conste.
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