Tic tac, tic-tac. He estado incontables horas enganchado como un yonki a esa ‘cuenta atrás’ de ‘El Chiringuito’ para saber si Mbappé saldría o no del PSG rumbo al Real Madrid. ¿En realidad en qué afecta a nuestras vidas algo así? En nada, soy consciente de ello, como el adicto que es testigo pasivo e inútil de su propia autodestrucción.
No me he podido despegar de este artificio frívolo y obsceno, como tantos otros de nuestra tele y medios de comunicación. Y mal que me pesa en mi conciencia porque el tic-tac chiringuitero de Mbappé ha coincidido estos días con otra cuenta atrás, la ocurrida en Afganistán.
En esta agonía de verdad no ha hecho falta truco alguno para añadir drama y tragedia, solo bastaba la desesperación de los afganos que soñaron algún día con que vivirían en libertad y su convicción real de que ya solo lo harán bajo el yugo de una dictadura teocrática. La de Afganistán ha sido una cuenta atrás sin artificios, con cientos de inocentes asesinados en dos atentados, con cientos de héroes españoles de uniforme o no salvando vidas.
La culpa de la frivolidad con el tic tac de Mbappé no es del fútbol, que es amoral en sí y no sabe nunca de política (en pocos días España se enfrentará a la selección de Kosovo, país balcánico que no reconoce nuestro Estado). El tic tac obsceno de Mbappé hunde sus raíces en el momento en el que el periodismo quiso inventar su propio tiempo, desde el ‘está pasando’ de la CNN a la instantaneidad de las redes sociales. Un artificio sucedió a otro con el objetivo de dramatizar lo irrelevante, lo superficial y vacuo.
El relojero Pedrerol me hechiza pero no ha inventado nada, al igual que García Ferreras. Los dos son alumnos aventajados de Pepe Navarro y Javier Sardá. Su famoso ritmo convirtió los medios de información en una fosa de espectáculo abisal para las conciencias.
Paradójicamente la cuerda del tic tac para Afganistán se daba en Qatar, el mismo lugar donde se decidía el futuro de Mbappé. El comité político talibán negociaba y negocia, dirigía desde el páis árabe del jeque Tamim bin Hamad Al Zani, el dueño del PSG. Este dictadorzuelo no se dignó a contestarle siquiera a la oferta de compra del Real Madrid por el astro galo.
¿En qué maldito momento de la historia de la humanidad el balón sustituyó a la dignidad humana como gran valor universal? No sé la razón por la que permitimos a estos jeques y emires que disfruten de inventos occidentales como el fútbol y no hagan lo mismo con los derechos humanos. A fin de cuentas Locke y el balompié nacieron en Inglaterra.
¿Por qué estos dictadorzuelos con turbante y petrodólares se han enamorado de la pelota y no de la libertad occidental?
Siendo almeriense, siempre me acuerdo de Yamal Jashogyi, ese periodista saudita que por criticar al príncipe fue asesinado y descuartizado en el consulado de Arabia Saudí en Estambul. En Qatar como en Arabia Saudí, como en otras dictaduras fascinadas por el fútbol occidental se detienen y encarcelan a personas que quieren ser libres, es decir, personas.
El emir de Qatar no ha dejado volar a Mbappé a su sueño. Otro futbolista joven y afgano lo intentó de forma desesperada y murió. Zaki Anwari era un prometedor futbolista de la selección sub 20 de Afganistán y falleció al inicio de la cuenta atrás del ya país talibán, tras caer del avión con el que quería cumplir su transfer vital. El tic tac de Anwari ha sido mucho más real y terrible que el de Mbappé.
Ahora nos toca a los occidentales. Hubo un tiempo el que el reloj de la humanidad se llamaba progreso. Y se confiaba que a su ritmo pausado avanzara la democracia y que los derechos humanos se extendieran por todos los pueblos del planeta. Aquel reloj se lo zampó un cocodrilo como el de Peter Pan y hoy nos persigue a occidente con su tic tac para seguir desmembrándonos. Ese monstruo tiene un nombre seductor. “Alexa, pon el temporizador”.
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