Juan José Ceba
23:32 • 03 feb. 2012
Recuerdo con frecuencia al gran José María Artero. A veces me siento en su placita, junto a la Avenida del Mediterráneo, donde los árboles le aíslan del ruido desafortunado de la ciudad. Desde su busto mira serio y grave –sin su sonrisa de cada día- el vértigo de desmemoria, que es el mal de estos tiempos. Le digo que necesitamos personas con su amor desbordante por Almería, por la cultura, por los libros, por la fotografía, por los paisajes de esta provincia única, por el legado de la historia. Gente comprometida, que no mire para otro lado, ante las aberraciones que enferman a las ciudades.
Este activo paisano fue uno de los seres excepcionales del pasado siglo. Sólo con el proyecto Afal, que impulsó junto con Pérez Siquier, y que agrupó a las mayores sensibilidades de la imagen, propiciaron una nueva corriente creativa en el país. Si contribuyó a asentar unas ideas estéticas esenciales, también fue excelente fotógrafo, que colaboró en las páginas de la revista; por lo que produce estupor que en el libro dedicado a Afal no aparezcan reproducidas sus instantáneas. El futuro Museo de la Fotografía –en el Almanzora- contempla dedicarle a Artero la atención que por dignidad le corresponde en la historia de la imagen.
El profesor se ramificaba en cientos de proyectos, con un altruismo apasionado. En cualquier encuentro, aparecía siempre con carpetas atestadas de papeles, donde sus sueños pugnaban por nacer. Eran sus desvelos iluminadores hacia esta tierra. La creación del Ateneo para dar cauce a una cultura nueva. Las pruebas de imprenta de los libros a punto de aparecer en Editorial Cajal, bajo su dirección, una entrega heroica, sin precedentes. Ahora nos mostraba un ejemplar de la revista “Andarax” de Artes y Letras, de contenido y diseño asombrosos. Nos hablaba, con entusiasmo, de la organización de conferencias y exposiciones; de la ardua empresa de un diario nuevo para esta provincia. Nos llamaba para la Feria del Libro. Para poner en marcha un homenaje vivo a Celia Viñas: -Una Biblioteca Infantil en una plaza con jardines. No cesaba de publicar sus artículos –como breves ensayos de su pensamiento-, sus propios libros, o el Anuario de la Fotografía Española. No tenía límite ni fondo. Era un huracán creador.
Fue mi profesor de Ciencias Naturales, con una sabiduría y una interiorización admirable de nuestro paisaje y de todos sus seres. Recuerdo a mi hijo, muy pequeño, escuchándole, fascinado, los secretos sobre los volcanes de Cabo de Gata. También, cuando despedimos a Kunkel, que vio frustrado su proyecto de Jardín del Desierto en Almería, en cuya ocasión José María pronunció las palabras más duras y apenadas, su desaliento de caballero andante.
Este activo paisano fue uno de los seres excepcionales del pasado siglo. Sólo con el proyecto Afal, que impulsó junto con Pérez Siquier, y que agrupó a las mayores sensibilidades de la imagen, propiciaron una nueva corriente creativa en el país. Si contribuyó a asentar unas ideas estéticas esenciales, también fue excelente fotógrafo, que colaboró en las páginas de la revista; por lo que produce estupor que en el libro dedicado a Afal no aparezcan reproducidas sus instantáneas. El futuro Museo de la Fotografía –en el Almanzora- contempla dedicarle a Artero la atención que por dignidad le corresponde en la historia de la imagen.
El profesor se ramificaba en cientos de proyectos, con un altruismo apasionado. En cualquier encuentro, aparecía siempre con carpetas atestadas de papeles, donde sus sueños pugnaban por nacer. Eran sus desvelos iluminadores hacia esta tierra. La creación del Ateneo para dar cauce a una cultura nueva. Las pruebas de imprenta de los libros a punto de aparecer en Editorial Cajal, bajo su dirección, una entrega heroica, sin precedentes. Ahora nos mostraba un ejemplar de la revista “Andarax” de Artes y Letras, de contenido y diseño asombrosos. Nos hablaba, con entusiasmo, de la organización de conferencias y exposiciones; de la ardua empresa de un diario nuevo para esta provincia. Nos llamaba para la Feria del Libro. Para poner en marcha un homenaje vivo a Celia Viñas: -Una Biblioteca Infantil en una plaza con jardines. No cesaba de publicar sus artículos –como breves ensayos de su pensamiento-, sus propios libros, o el Anuario de la Fotografía Española. No tenía límite ni fondo. Era un huracán creador.
Fue mi profesor de Ciencias Naturales, con una sabiduría y una interiorización admirable de nuestro paisaje y de todos sus seres. Recuerdo a mi hijo, muy pequeño, escuchándole, fascinado, los secretos sobre los volcanes de Cabo de Gata. También, cuando despedimos a Kunkel, que vio frustrado su proyecto de Jardín del Desierto en Almería, en cuya ocasión José María pronunció las palabras más duras y apenadas, su desaliento de caballero andante.
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