Es inevitable alguna vez en nuestra vida el ver un pincho de tortilla de patatas o una tapa de bravas. ¿Hay algo más español que la popular y bullanguera cultura de las tapas? Sí, sí lo hay, el mostrarse anti-español.
Llegado el 12 de octubre salen todos los tópicos españoles resumidos en dos bandos absurdos. Unos hacen bullying a los que portan banderas de España llamándoles ‘fascistas’. Y otros insultan a los que nunca las llevan y los tachan de anti-españoles.
Cómo se sienta cada uno con su país, lo que interprete y desee cada español de España es irrelevante frente a los hechos objetivos. España es un Estado y un país con una historia única, que se puede interpretar, pero que está ahí en hechos como la lengua que usamos más de 600 millones de personas, o las huellas de la civilización europea en la mayor parte de América.
Entre la “leyenda negra” y la “unidad de destino en lo universal” hay infinidad de identidades españolas subjetivas. A fluidez y polinacionalidad no nos gana nadie en el mundo. La identidad de los españoles es una permanente disforia de nación, ejercemos la nacionalidad fluida o poliamor a repúblicas, monarquías, dictaduras, imperios, taifas... Somos un país en permanente transición, buscando una reasignación identitaria.
Nos han vendido la moto sin ruedas los anglosajones puritanos que casi aniquilaron a los Sioux y a los pocos supervivientes los encerraron en campos de concentración. La cultura ‘woke’ es otra mentira más a exportar como el llamado “menú”, que en realidad es una hamburguesa de plástico con patatas insípidas.
Y se la han comprado interesadamente los políticos populistas y manipuladores como los presidentes de México y Venezuela. Han pasado en Hispanoamérica de referirse con lágrimas a “la Madre Patria” a llamarla “la hija puta de tu madre”.
Aquello de la Hispanidad nos suena añejo, tanto como los romanos que nos dieron el nombre. Pero que yo sepa, nadie del Gobierno de España ha exigido una disculpa a Sophia Loren o a Mastroiani por que sus ancestros de película vencieran a Viriato en nuestro territorio.
Es muy cansina esta vieja historia contra un país tan viejo y sabio como España, en el que aún paramos a mitad del día para comer y echar la siesta en casa; donde aún se mira sin miedo y a la cara a los desconocidos y se habla el mismo idioma...por ahora. Hay sin duda una cultura española, fruto del mestizaje de culturas diversas durante siglos y ésta es lo que detectan y celebran los millones de extranjeros que pasan por nuestro país.
Lamentablemente las redes sociales han venido a revitalizar nuestra histórica autodestructiva gilipollez adolescente.
A mí que no me pidan los niñatos que tiran estatuas de Colón que me sienta culpable porque un mercenario vasco en el siglo XVI reventara de un trabucazo la cabeza a un canibal. No me siento culpable ni de lo que escribo yo ahora mismo.
Exigir disculpas a un país por lo que hicieron sus ciudadanos siglos antes es tan estúpido y sin sentido como la pregunta “¿A qué huelen las nubes?” de aquel anuncio, y sin embargo triunfa. Es la mosca en la botella, que diría Wittgenstein.
Otra cuestión distinta, más seria, e incluso peligrosa, es el futuro político de España basado en lo que estamos sembrando en nuestra juventud desde hace quinquenios. Una encuesta de un diario nacional revela el gran porcentaje de jóvenes que no se identifican con España ni con su historia ni símbolos. Es la consecuencia lógica de las decisiones de los últimos años de ir arrinconando en las escuelas la historia, el español y la enseñanza de nuestras instituciones democráticas. Para nuestros jóvenes no hay más país que el de sus teléfonos móviles.
Propongo que el ‘bono cultural’ anunciado para los jóvenes por el padre padrone Sánchez incluya el irse de tapas. Que los ciudadanos de 18 años al menos aprendan al pedir una caña con su tapa. Que pidan una de bravas o de tortilla, rica tortilla española. Y así conocerán que sin tomate ni patatas traídos de América por los conquistadores hispanos no seríamos lo que somos, españoles.
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