Somos los camellos de nuestros hijos. Les suministramos la nueva droga del siglo XXI a edad muy temprana, sin conciencia del daño que le provocamos y sin necesidad de hacerlo. No, no hablo de hachís ni de marihuana sino de teléfonos móviles.
Los móviles son droga para nuestros hijos. Lo que encierran e implican estos aparatos es cocaína que les corroe el cerebro antes de que éste haya madurado, heroína que los engancha a lo superfluo, frívolo y prescindible en la vida.
Desde hace años los veo a diario con mis ojos, mi rabia e indignación. Con 14, 15 y 16 años se les traba la lengua al leer, se les debilita el pulso al escribir y se pierden tras oír dos frases seguidas. Se tocan el bolsillo compulsivamente como yonkis con síndrome de abstinencia, esperando que el timbre suene y los libere para ir a ‘pillar’, pillar su móvil.
En la mayoría de las aulas de España y en todos los niveles hay alumnos que apenas pueden mantener abiertos sus ojos y sostener sus cabezas porque el móvil les ha robado el sueño la noche anterior. Los hay irritables al extremo y los más atienden con la mirada perdida a los profesores que les hablan sobre un mundo que les es ajeno y sin interés porque no está en Instagram o Tik-Tok. Eso sin citar la ludopatía, el acceso fácil a pornografía dura y al escarnio de compañeros y de si mismos.
El cacareado fenómeno televisivo del ‘Juego del Calamar’ ha venido a lanzar tinta para que los móviles escapen otra vez indemnes al debate y que sigamos creyendo que es solo una herramienta útil y controlable solo con educación y valores... bla, bla, bla. “Hay que hablar con ellos para que no se pasen de megas, que no abusen de sus rayitas de videos estúpidos diarios”. Y que siga el negocio.
Las mismas razones por las que se prohíbe a niños y niñas de 12 años que conduzcan coches o se casen valen para impedirles por ley el uso de estos ordenadores de bolsillo. Han de madurar biológicamente y ser educados antes de que caiga en sus manos esta herramienta tan útil como dañina.
Deberían antes saber leer bien, comprender un simple discurso oral y escrito, entrenar la atención, la memoria y la concentración...la paciencia. Sobre todo, deberían sentir que hay un mundo real que les rodea y espera antes de que crezcan solo y exclusivamente en un mundo virtual y falso.
La inconsciencia de los adultos al permitir el uso de teléfonos móviles por niños y niñas es muy parecida a la que tuvieron nuestros padres con las drogas en los años 60. Entonces se vivió una larga etapa de tolerancia, exaltación y fomento de los psicotrópicos, a la que los Beatles contribuyeron. Nos hicieron creer que la droga era creatividad y amor como nos dicen hoy que los móviles significan ‘conectividad’, libertad o mil gaitas más. “¡A colocarse!”, gritaba un oportunista alcalde.
El maravilloso corto ‘La Llamada’, de David del Aguila, muestra a un hombre mayor que camina y porta por la calle en todo momento un teléfono ‘góndola’ antiguo. El espectador entiende de inmediato que está enajenado. Lo mismo sería si viéramos a alguien con un secador de pelo encima, que lo usa por la calle y en la oficina cada dos por tres. Pensaríamos que está chiflado. Así vivimos, en una enajenación colectiva.
La semana pasada no trascendió que muchos alumnos de bachillerato siguieron o intentaron seguir una supuesta ‘huelga estudiantil’ en varios centros de Almería. El problema es que no existía huelga alguna. Los jóvenes de 16 y 17 años se basaban solo en su confianza ciega puesta en sus teléfonos. En cuanto lo supieron, las directivas de los centros afectados desmintieron a toda la comunidad educativa que existiera huelga alguna convocada por los cauces que exige la ley.
Nuestros hijos siguieron un bulo y se entregaron a él por culpa del móvil, por su fe ciega en su ‘smartphone’. Y algunos se perjudicaron al faltar a clase. Hoy ha sido una huelga pero mañana podría ser algo peor, un movimiento de masas compulsivo e irracional de un signo u otro. Y seguimos pasivos creyendo que esto es inevitable.
Pocos centros educativos en Almería prohíben los móviles de forma tajante entre el alumnado, en pasillos y en recreo. La Consejería de Educación y el Gobierno deberían hacerlo. Cada vez más sabemos que los ‘mega traficantes’ lanzan sus redes digitales sin escrúpulos a las personas para hacer crecer sus cuentas mil millonarias. Ya basta. Hace falta una huelga, pero de las reales, para que se aborde ya el problema real de los ‘smartphone’ en los niños.
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