¿Cuánta gente sabe lo que es la ‘ultraactividad’? ¿Merece la pena una sonora ruptura en la primera coalición de gobierno que se forma desde la República por el tema de si los convenios laborales deben ser de empresa o de sector? Bueno, pues estas son las preguntas que se han hecho, a sí mismos y a la otra parte, quienes negocian una ‘cumbre de pacificación’ esta semana para amainar la tormenta entre socialistas y Unidas Podemos. O, mejor, entre la vicepresidenta Yolanda Díaz y la vicepresidenta Nadia Calviño. O, mejor aún, entre Díaz y el mismísimo Pedro Sánchez.
Ni a la máxima representante de Unidas Podemos, que ni siquiera milita en Unidas Podemos, ni al máximo representante de la ‘nueva socialdemocracia’ instaurada en el reciente 40 congreso del PSOE les conviene romper. Ni tampoco les conviene el continuo batir de tambores de guerra, que nunca, nunca, acaba desembocando en una auténtica batalla, pero resulta molesto. Así que apueste usted por que, dentro de no muchos días, remitirán las tensiones, se llegará a un ‘pacto intermedio’ sobre la ‘contrarreforma laboral’ y Sánchez y la siempre sonriente Díaz aparecerán de nuevo paseando idílicamente por los jardines de La Moncloa o algo parecido. Y aquí paz y después gloria. Y, sobre todo, tranquilidad ante los fondos ‘next generation’ de la UE, que es lo que no puede ponerse en peligro.
No sé si esa imagen de camaradería se dará igualmente entre las dos vicepresidentas en pugna, porque parece que la cosa está llegando al terreno de lo personal, pero eso no es ahora lo más importante. Y es que, si al PSOE le interesa poco la ruptura en el ecuador de una legislatura sin precedentes, a Unidas Podemos le interesa aún menos. Díaz necesita tiempo y sosiego para componer su plataforma de ‘la izquierda a la izquierda de la izquierda’, que ese es el verdadero peligro para la supervivencia política de Sánchez, pero no ahora. Lo que el presidente quiere es llegar con bien a las elecciones de 2023, con unos Presupuestos mínimamente creíbles aprobados. Después, ya se verá, porque con la velocidad a la que marcha todo, quién sabe dónde andaremos dentro de dos años.
Así que, de la misma manera que lo de la querella contra Batet a cuenta de la inhabilitación del diputado Alberto Rodríguez quedó en tormenta en vaso de agua --aunque hemos comprobado de nuevo la insensatez de algunos planteamientos de la ministra doña Ione Belarra--, la batalla por la derogación de la reforma laboral se resolverá, creo, ocupando ambas partes espacios intermedios. Con el beneplácito de los sindicatos --que están siendo bastante prudentes, por cierto; se juegan mucho-- y de la patronal, que refunfuñará un poco, como es su obligación, pero que se acabará conformando. Porque estamos, quiero pensar, en época de concertación y no de (más) rupturas. Y Sánchez y Díaz, al menos ellos, parecen haber entendido el mensaje.
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