Ha pasado un tanto inadvertido un hecho político fechado en la presentación de un libro dedicado a historiar la destitución, inopinada y todavía por explicar, de Iván Redondo, jefe de gabinete del Presidente del Gobierno y la de varios ministros: Ábalos, Laya, Campo, Duque y Rodríguez Uribes. La purga también alcanzó a la vicepresidenta Carmen Calvo. Al acto asistieron varios periodistas y unos pocos amigos del defenestrado. Pero ni un solo ministro o alto cargo en activo.
Redondo, que había sido el vértice de una pirámide de poder en La Moncloa y que conocía antes que muchos ministros los planes de Pedro Sánchez, se encontró ante una evidencia ominosa: quien pierde pie se hace sospechoso para quienes antes le adulaban y después le vuelven la espalda así que constatan que ha caído en desgracia.
Salvo Sánchez y Redondo nadie está en el secreto del porqué el Presidente decidió liquidar a quien había sido su valido. Pero la destitución actuó como un tambor. Los caídos en desgracia se hacen sospechosos. Por si acaso, los ministros que siguen y los cientos de asesores contratados se alejaron por temor a que el Supremo tomara nota de quienes arropaban al caído.
El mensaje que Sánchez envió con la destitución de quienes le habían ayudado a volver tras perder la secretaría general del PSOE es un aviso a navegantes. Si hace eso con quienes les ayudaron a llegar a donde está qué no podrá hacer con los demás. Decía Cioran que la primera precaución de quien se adueña del poder es deshacerse de quienes le conocieron y ayudaron cuando no era nadie. Y así ha sido. Sería interesante conocer lo que de verdad piensan los caídos ahora que ya son olvido.
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