Plusvalías y sexenios

Fue Carlos Marx el que introdujo el idealismo en la economía

Javier Adolfo Iglesias
00:38 • 28 oct. 2021 / actualizado a las 07:00 • 28 oct. 2021

No sé por qué a los españoles nos horripila tanto la economía. Vivimos de espalda a ella, la real y de verdad, por mucho que determine nuestras vidas y se nos acumulen estos días noticias económicas.



De niño, mi hermano me obligaba contra mi voluntad a jugar al insufrible Monopoly, pero yo, como ‘buen español’, prefería aquellas cartas con familias exóticas de negritos y esquimales, con las que volaba en mi imaginación.  



Es nuestra herencia católica, antirreformista y antisemita. Los jóvenes políticos enfadados de hoy son muy españoles con todo lo que les suene a capitalismo. Los de Podemos los que más; son tan conservadores como los inquisidores castellanos que condenaban por usura a los judíos, aunque ahora los llamen Ortega, Ibex o eléctricas.  



Pensé que habíamos aprendido desde ZP y su inútil lucha pedagógica contra el hambre. Desde 2006 a 2008, Zapatero estaba en sus nubes de algodón dulce y forma de rotonda mientras los negocios no paraban de irse a la ruina, el paro subía al Tourmalet y miles de españoles se lamían los puños como donuts con brotes verdes.  



Fue Carlos Marx el que introdujo el idealismo en la economía. Que si Newton lo hubiera hecho así con la física no volarían hoy los aviones. La economía requiere saber cómo funciona el viento para aprovecharlo y volar con él o contra él. Si solo le soplas, o aún más, le escupes, ya sabemos lo que pasa.  



Así andamos llenos de nuestros propios escupitajos desde que Zapatero rociaba Nenuco oral a las empresas del Ibex y a su prima. Entonces llegó Rajoy y con su secuaz Montoro nos racionó el Varón Dandy.



Tuvo que ser el simpático abuelete Gonzalo Abadía  y sus ninjas el que nos recordó a los televidentes españoles que el comer y el dormir son cosas de economía. Entonces las teles pasaron de conectar con la aburrida bolsa de Madrid llena de isobaras a inundar sus platós de economistas con pajarita que se peleaban como el Matamoros con la Esteban.  



No hemos aprendido. Salen los presupuestos nacionales, se negocian los andaluces, viene el hombre de negro de la UE,  nos obligan a reformar las futuras pensiones, se reforma el alquiler y aquí nos ponemos a ver el video de boda de Pedro y Yolanda paseando por los jardines de Moncloa, primero, y peleándose en el baile después. Ahora con la  anunciada reforma laboral presiento y veo venir el video de la luna de miel; esta vez con tres, con Nadia, la querida.


Y además, llega el Tribunal Constitucional con la plusvalía de la casa de la abuela que nos han estado sisando, como decía Marx. Cuando la mía llevaba siempre el mandil encima, éramos pobres de dinero y no lo sabíamos porque éramos felices. Yo crecí feliz detrás de un mostrador de helados. España no es capitalista pero es de negocios, muchos negocios familiares. Y Pedro Sánchez les ha dado plantón en su congreso en Pamplona. Mala pinta.


Cuando éramos pobres y no lo sabíamos, la felicidad era  una cartilla con regalos del familiar Spar del barrio y unos cupones que pegábamos con engrudo de harina y agua para ahorrarnos el pegamento. La felicidad tenía nombres como “cupón” o “bono”. El de los autos de choque era lo más, el paraíso con banda sonora y luces infinitas de discoteca de pueblo. Pero como está hoy la factura de la luz no podríamos dar siquiera media vuelta en la chisporroteante pista.


Hoy vuelven los bonos, los cheques, y como está la luz, ¡la catalítica! Y las cartillas de las dos Españas: la que vive del Estado y la que nutre al Estado con impuestos como el que ha anulado el Constitucional. Las dos Españas, la de los que vivimos empleados con estabilidad y la de los españoles que no saben qué será de su empleo mañana.


Hace unos días, el Estado me reconoció mi primer sexenio y por ello me siento sucio como una novicia de los años 40 al ver de soslayo a Gary Cooper y soñar en el cine con su beso sin censura. Me incomoda mi primer sexenio, algo que me suena tan feo como la plusvalía. Pero al menos soy honesto al reconocerlo aquí y no pataleo como el ex diputado Alberto Rodríguez para seguir succionando a la otra España desde la contraria. El ya ex diputado canario debería esperarse a la reforma laboral por la que luchan tanto Yolanda, sin patalear, que parece que se le da bien. Que espere paciente como yo, frente a la catalítica, sin gas natural, a que llegue la transición, la energética o la otra en la que éramos pobres sin saberlo.


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