Ni usted ni yo conocíamos a Ray Dagg. Es un varón joven que aparece hacia el final del nuevo documental ‘Get back’, de Peter Jackson, sobre los Beatles. El director de la trilogía de ‘El señor de los anillos’ ha sintetizado en ocho horas las sesenta que ya había grabado Michael Lindsay-Hogg en 1969, imágenes de las íntimas sesiones creativas que los cuatro músicos de Liverpool vivieron para la grabación del disco ‘Let it be’.
Las dos narraciones ofrecen el mismo final, el concierto del tejado, el último que dieron los Beatles, con el sonido de sus nuevas canciones colándose con rebeldía en las calles y oficinas del conservador Londres financiero.
Por eso llega raudo Ray Dagg, un policía londinense, un joven ‘bobby’, que pegado a su casco acude serio a las oficinas de EMI para impedir ese concierto hoy más que histórico, mítico. “Hemos recibido treinta quejas en pocos minutos”, le transmite Ray con gravedad ensayada a Jimmy, el portero de la empresa Apple, tan joven como él pero menos atildado. “Bajen el volumen o tendré que detenerlos”, les advierte el agente Dagg.
Todo es serio en Ray, incluso cuando se aparta de los labios la incómoda correa del estúpido sombrero policial. Ray no muestra fisura alguna en su obrar. Sonrosado como un lechoncito, quizás por su juventud pudiera ser fan apasionado de los Beatles pero es imposible entreverlo en su sólido gesto. No lanza ni un solo guiño sonriente a los dos empleados de EMI mientras un cámara lo graba de incógnito; es un protocolo andante. Le acompaña otro policía, que ni siquiera habla.
He buscado y rebuscado en internet para conocer qué fue de ese ‘bobby’ tan inquebrantable como prescindible. Más de cincuenta años después de esta secuencia, de este pulso entre orden e insurgencia, entre mediocridad y genialidad me pregunto si llegó a ascender en el escalafón de la policía londinense. Me pregunto si alguna vez tuvo pesadillas al hacer tal ridículo queriendo impedir el último concierto de los Beatles; o si le contó a su nieto una versión deformada de la historia; o si se arrepintió de no haberse quitado el casco para ponerse a bailar junto a Lennon y McCartney.
Hoy estamos rodeados de ‘Ray Daggs’, pululan y se multiplican en la sociedad, los trabajos y los medios de comunicación. Son algoritmos vivientes, se clonan a velocidad por redes sociales y espacios públicos. Ray Daggs son el ‘hombre-masa’ de Ortega y Gasset, el sin atributos de Musil, el hombre-organización de Whyte o se mostraron de forma más dura y trágica en el oficial burócrata que fue Eichman.
Hoy estamos rodeados de Ray Daggs que quieren que seamos como ellos para que de esta manera su mediocridad se vuelva ejemplar y meritoria. Si la humanidad solo los hubiera tenido a ellos no habríamos salido del fuego y la caverna. Pero afortunadamente también están los Juan Carrión, los David Iglesias y los José Luis Martínez. El primero, el profesor genial de Cartagena sorprendió a John Lennon en Almería y por eso, éste lo recibió, porque ambos compartían el mismo lenguaje del genio que sabe aceptar y tratar con lo inesperado.
De forma similar, David Iglesias decidió inesperadamente apostar por las microalgas como alternativa a los dañinos fertilizantes químicos que tanto lastraban la agricultura y el medio ambiente. Hoy, David Iglesias es un joven empresario que no para de recibir reconocimientos locales y nacionales por haber asociado la marca de la agricultura almeriense a la ya imprescindible bio-sostenibilidad.
En tercer lugar, José Luis Martínez, un periodista navarro metido a empresario. Cuando tenía su vida resuelta en Madrid decidió comprar ‘La Voz de Almería’ en los años 80, salvarla de su desaparición y hacerla necesaria para esta provincia. Gracias a él, pude trabajar y ser feliz haciendo lo mismo que mi padre en el mismo lugar: el periódico. Hace días, José Luis Martínez fue reconocido justamente con la Medalla de Oro de la provincia de Almería.
Los tres son lo contrario a Ray Dagg, a los tres los quiero y los tres representan lo que la humanidad necesita hoy más, salirse del guión preestablecido; justo lo mismo que hicieron los Beatles durante toda su carrera y al final, sorprendiendo al subirse a un tejado a tocar música.
Si hubiera triunfado esa tarde Ray Dagg, no hubiéramos disfrutado estos días del último concierto de los Beatles. El mundo necesita a los Beatles, a los Juan Carrión, los David Iglesias y los José Luis Martínez. No a los Ray Dagg.
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