Quizás sean las secuelas del virus, o el intenso ruido mediático polarizador, o los sentimientos negativos de tribu que sobresalen, o la incapacidad para estar unos minutos en silencio, el caso es que la deshumanización toma cuerpo en las sociedades actuales. Y esto sirve para la política, para la sanidad, para la escuela, para la policía, para todo lo que significa nuestra vida en común. ¿Qué hacer?, se preguntan algunos. La vía Ortinez me parece la más adecuada. Manel Ortínez era un burgués ilustrado catalán que al terminar la guerra civil y en medio del drama que se vivía reivindicó que lo importante era tratar de hacer las cosas lo mejor posible, con tu familia, con tus amigos, en el trabajo, en cualquier espacio público y que todos nos beneficiaríamos de ello. Pues de eso se trata, de hacer las cosas lo mejor que se pueda, con buena predisposición, con educación, con rigor, y si es con una sonrisa mejor.
Menos política
Y dejando la política a un lado, o lo que es lo mismo, las rivalidades y luchas por el poder, seremos capaces de hablar de los asuntos mundanos aunque no salgan en los periódicos. De esa deriva en la sanidad, donde parecemos más números que personas; de los contenedores de basura que a veces parecen más estercoleros; de los orines y cacas de las mascotas tan abundantes; o de los presos de El Acebuche que pasan un frío de aúpa, sin que se haga nada para evitarlo. La lista podría ser larga, añadan ustedes lo que consideren más oportuno, pero son estas pequeñas cosas las que hacen un país más acogedor y cívico.
Por el optimismo Una vez dicho esto, para no caer en ese discurso tan agorero que algunos sectores alimentan hasta el infinito, creo que se hace necesario reivindicar el optimismo, el esfuerzo de tantos por salir adelante y no tanta queja adolescente. Por situarnos en la realidad, hay que decir que España recibe 80 millones de visitantes. ¡Por algo será! Somos uno de los países con el mayor patrimonio cultural del mundo, y para no pocos, uno de los mejores países para vivir. Desde luego, mucho de lo que tenemos se lo debemos a la generación de nuestros padres y abuelos, que sin móvil y sin saber lo que era la depresión, lucharon y trabajaron para levantar este país, y lo hicieron con alegría y optimismo.
¡Bravo por la hostelería almeriense! Las crisis son oportunidades de mejora, sirven para ponerse las pilas y salir fortalecidos. Un ejemplo de desarrollo espectacular lo tenemos en la hostelería almeriense que está resurgiendo de una forma como no se conocía. Creo que hay pocas ciudades españolas donde se desayune mejor y donde la cocina tradicional y la de vanguardia estén en primera línea. Y lo más importante, la atención al cliente. Una legión de gente joven, entre camareros y cocineros, que cautiva y seduce por sus formas atentas y educadas. Si esas maneras y predisposición se trasladaran a la política o la sanidad, u a otros sectores, estaríamos ante una auténtica revolución. Esperemos que esta ola de fuerza y optimismo de la hostelería se vaya extendiendo a otros sectores. ¡Eso sí, el sector está pidiendo a gritos una subida salarial!
Epílogo Y para terminar, que mejor que reivindicar ese sentimiento de ayuda y colaboración, tan profundamente arraigado en el universo femenino. Desde luego ese es el camino en un mundo civilizado que aspira a la convivencia, como uno de los valores supremos a preservar. Si además somos capaces de que no se pierdan las buenas costumbres, de saludar, de sonreír, de tratar de hacer la vida lo mejor posible para todos, al final como decía Ortínez, todos nos beneficiaremos.
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