El desván del corazón

“Aquellas tarjetas estaban diseñadas con el más noble sentimiento”

José Luis Masegosa
09:00 • 03 ene. 2022

Ahora que comenzamos a  andar la incierta senda de este nuevo calendario, entre dudas e interrogantes anónimos, bajo la añeja mirada de la última hoja del almanaque que, concluida su servidumbre, pide a gritos de memoria una amnistía para que no permitamos que sea reducido a cenizas; ahora, decía, que nos adentramos en las vísperas de la Epifanía -la festividad de los Reyes de verdad, los únicos capaces de fabricar magia e ilusiones- nos asalta el corolario de extintas costumbres y tradiciones, como las felicitaciones postales y de oficios diversos que albergaba el periodo navideño y que pasaron a los anales de cada cual, o en el mejor de los casos dormitan sus buenas intenciones en cualquier desván –que en mi pueblo  llaman cámara-, y es que la vida de nuestras vidas  habita en los desvanes, en los del techo que nos cubre y en los de la memoria que nos mantiene. De uno de esos rincones del alma que fuimos me llegan, además de las ausencias, los testimonios de otros modos y formas de vivir, entre éstos una  carta  fechada en Madrid  el 29 de diciembre de  1908, dirigida a María Joaquina Martínez, una de mis antepasadas por vía materna, por sus amigas Teresa e Isabel Fernández Gutiérrez Roig, sobrinas de quien fuera médico de la Casa Real, el virgitano de origen y orialeño de adopción, Ricardo Gutiérrez Roig. 



Los tiempos del correo de entonces obligaban a adoptar algunas precauciones para que las inocentadas al uso surtieran su efecto. De tal guisa, tras las salutaciones de rigor las firmantes justifican el retraso en la comunicación: “…Mamá quiso dar una broma de inocentes a Vicente y Ana María diciendo que el día 27 llegaban a Albox y harían noche allí, y el 28 subirían a Oria (esto es decir, que las viajeras eran mamá e Isabel), y era el caso que no queríamos supieran nada más, y si por casualidad se deciden ir a tu casa a ver si habíais  tenido noticias nuestras, y tú, ignorante, dices que sí, ya no se lo figuran, y no escribiéndote tú dudarías lo mismo, y era lo que nosotras queríamos. ¿Comprendes?, pues ese fue el motivo (de no escribirte), de modo que a pesar de todo te pedimos perdón, ¿lo merecemos?. Deseamos hayáis pasado las Pascuas con felicidad y esperamos tengáis una buena entrada de año nuevo y prosperidades en él. Mucho nos alegra te gustara tanto “Miedo”… –obra de teatro de Enrique F. Gutiérrez Roig, tío de las rubricantes de la carta-, y no dudamos tampoco que para ti fuera un rato de risa por lo poco miedosa que eres, pues a nosotras nos ocurrió lo mismo, casi nos reímos cómicamente y nos dio un poquillo de reparo  cuando las tormentas, admirablemente imitadas, hasta el extremo de hacer estremecer, pues los relámpagos continuos y los truenos parecían de verdad, y nos acordamos de las soledades de Oria y de tu mamá, que de seguro se hubiera levantado de la butaca (del teatro)…Ayer, día de inocentes, fuimos a ver la inocentada al Gran Teatro, riéndonos mucho por las ocurrencias y lo pasamos muy bien…”.



Junto a esta misiva, con la que el cartero debió proporcionar una gran alegría a su destinataria, he hallado una postal primorosamente ilustrada con una golondrina, junto al escudo de Correos –“El cartero desea a Ud. Felicidades”-, y un texto entrañable a modo de poema: “Aquí tenéis al cartero/ que viene a daros las Pascuas/ y está el pobre como en ascuas/ ¡ya me entendéis, caballero!”, y concluye: “Aunque sea poco dinero/soltadme pronto la guita/ que el mal humor se me quita/cuando me veo en metales/ y se me curan los males/ y bendigo a Santa Rita”. 



Lejanos y añejos quedan ambos hallazgos, pero no tan alejados están los aguinaldos y protocolarias felicitaciones que, llegada Navidad y Año Nuevo, hacían con su personal postal los cumplidos titulares de los más diversos oficios: carboneros, repartidores, faroleros, pasteleros, carreteros, sombrereros, lampistas, espiteros, limpiabotas, serenos, barrenderos, taberneros, mozos de estación, cerrajeros, barberos, electricistas, ebanistas, modistas, drogueros, taberneros…No había oficio que se preciara –ni que estuviese sobrado de metales-  que se ausentara de la cita anual con los parabienes y buenos deseos para sus vecinos.



 Aquellas tarjetas, que se intercambiaban por el correspondiente aguinaldo, estaban diseñadas con el más noble sentimiento y escritas con el corazón de quienes se sabían auténticos servidores de sus semejantes. Cada postal contenía motivos alusivos a su titular. De todas ellas me quedo con las del cartero y el sereno. La primera por la expresividad y carga transmisora del empleado de Correos, y la segunda por la fidelidad en la reproducción del sereno y sus atributos, incluido el farol, el ramillete de llaves y el chuzo. La mayoría de los oficios reseñados ha desaparecido, casi como las cartas postales, pero las felicitaciones y los buenos deseos de sus titulares nos llegan cada año al desván del corazón, donde vivirán con nosotros. 






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