Me gusta Rigoberta Bandini y creo que su ‘Ay mama’ ganaría Eurovisión porque es más pegadiza y contagiosa que el Ómicron con belcro, aunque sea plagio de ‘As tears go by’, de los Rolling Stones.
Muy distinto es la épica de garrafón que ha motivado esta canción al ser tomada por la generación Z española como el último himno ‘octofeminista’. Mejor que aquel del ‘Violador eres tú”, pero de mensaje igual de inconexo y faltón. Como cuando dice “No sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas..”. ¿A quién se refiere?
No desde luego a los millones de ‘babybomers’ españoles que crecimos en los cines con López Vázquez, Landa, Pajares y Esteso. “Tiran más dos tetas que dos carretas” es un sabio dicho español con más verdad que toda la verborrea ‘woke’. Pero en plena ofensiva indigenista es normal que los nativos digitales crean haber descubierto la mística de la ubre. Hasta hace dos días estos zangolotinos tachaban de franquista todo lo que les sonara a siglo XX y en su puritanismo guay no podían entender que el sexo y el destape significaron libertad frente al corsé nacionalcatólico de 40 años.
Como ya hiciera con el show vengativo de Rociíto, Irene Montero se ha unido a la hermana María Patiño, quien a los sones del nuevo himno tetudo se sacó el sujetador en directo creyéndose Kate Millet. Y de remate, todo esto acaba en el Parlamento. Es para amamantar y no echar gota.
España comenzó su Transición con las tetas de la ya crecida Marisol mientras le cantaba a una tal Ramona que tenía cántaros por pechos. Los españoles podemos contar la historia de nuestro país más por tetas que por batallas, desde las de Marta Sánchez a las de Lola Flores. O por pechos, que son tetas cuando emergen solitarias e impares, desde el de Susana al de Sabrina, llegada de la Italia de las ‘magiorattas’ fellinianas.
El evento eurovisivo de TVE coincidió el pasado fin de semana con su némesis, el Eurofacherío liderado por Uribarri Abascal. Todos los raritos de Europa acudieron como jabalíes a Madrid al reclamo del cazador de votos ultradiestros español. Esta ‘euroderechona’ ha construido su contraépica ‘euroelegetivisiva’, a la que llama “guerra cultural”. Desde Dana Internacional y hasta Conchita Wurtz, la ultraderecha ve más peligro en esta Eurovisión de pluma global que en el mismísimo Putin. Abascal no dijo ni mú sobre el zar ruso, no fuera que viéramos que coincide con Pablo Iglesias. Es normal cuando todos ellos quieren el final de la Unión Europea.
Este intento de coordinar los variados nacionalismos que causaron las guerras de Europa es tan contradictorio como el caótico feminismo de hoy, dividido en ‘calvinistas’ e ‘irenistas’, que reivindica la prolactina por un lado y al mismo tiempo reprende el escote por cosificador.
Los dos, Eurovisión y Eurofacherío crean sus propias épicas impulsivas, que se necesitan y buscan al choque. No lo llamen patriotismo sino nacionalismo, el mismo que causó tantas guerras en Europa. No lo llamen sororidad sino intolerancia fanática, la misma que echó a gritos a la hermana Arrimadas de la manifestación 8-M y que ahora ha acosado en las redes sociales a la ganadora Chanel, por mucho que ellas también tenga unas sororas tetas.
Después de tanto machaque con el patriarcado celebro que descubran ya el matriarcado de sostén que nos educó amorosamente a tantos. “Mamá, mamá, paremos la ciudad, sacando un pecho fuera al puro estilo de Lacroix”, dice la Bandini embutida en su faja revolucionaria ¿Se puede decir mayor tontería con más solemnidad musical?
Entre estos dos discursos narcisistas, también este fin de semana volvió la épica real, la del esfuerzo, tenacidad y superación. La épica de Rafael Nadal Parera, con la que tanto ganaríamos como sociedad, aunque perdiéramos Eurovisión.
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