A veces la vida nos lleva a lugares que han sido y son nuestra vida pero que la pátina del tiempo ha ignorado, quizá sin pretensión alguna. Con demasiada frecuencia vivimos ajenos a nombres, rostros y paisajes que han conformado el incierto andamiaje de nuestra existencia sin cuyo concurso el perfil de nuestra personalidad podría presentarse demudado.
Hubo un primer tiempo de balbuceos en mi oficio que me llevó a dar cuenta en el original suplemento de ocio de un periódico nacional de la apertura de uno de esos pioneros establecimientos que han sabido conjugar los verbos ofrecer y recoger, enseñar y aprender, beber y gozar, conversar y disfrutar. Se trataba –se trata- de uno de esos garitos andaluces paridos bajo el paraguas de la libertad recobrada en los que el pensamiento y la creación han maridado con el ocio y con la cotidianidad de una ciudad de provincias en la que todo ha sido posible.
Erigido con las prometedoras ideas de quien acaba de llegar al exilio de la libertad perdida, allende los mares, y se emplea en la consolidación y fortalecimiento de la libertad alumbrada aun sobre débiles cimientos amenazados, como los que acogió nuestra bisoña democracia de la década de los ochenta.
En una de estas noches de nácar bañada quedé con un amigo del oficio para sentir el peso de los recuerdos, para buscar respuesta a la incertidumbre, al miedo, al desconcierto ante la fragilidad con la que el calendario nos ha situado. Como autómatas, nuestros pasos nos adentraron en ese bar, “art-café”, donde la familiar melodía de un tango arrabalero sorteaba la numerosa clientela que entre “buchito” y “buchito” atendía con devoción la nocturna compañía de la formación tanguista.
Hasta hace unos meses, la pandemia mantuvo cerrado el local que como el ave fénix ha resucitado con gran ímpetu, de tal guisa que acaba de recibir el galardón de la nazarí feria del libro. Un clic de prudencia me mantuvo a la retaguardia junto a la puerta, que una vez franqueada nos sumió en esa sensación de estafa que a partir de una determinada etapa de la vida nos han vendido, la del relato entusiasta del paso del tiempo, de que no se envejece.
Sin embargo, los cuarenta y dos años de intensa andanza de “La Tertulia” ha acomodado en sus abigarradas paredes a los muchos habitantes que en ella han sido desde que Horacio Rébora (Tato) y Cele García llegaron de Argentina a nuestro país para abrir- un diecinueve de abril- con mucha discreción un bar-librería, que pronto se convirtió en un privilegiado escenario cultural por donde han desfilado los más sobresalientes colectivos de escritores, artistas, periodistas, lectores y –todos ellos- bebedores de las últimas décadas.
Las notas de “Campaneando la vejez” se diluían consoladoras en la estancia como los cubitos de hielo de los vasos de la clientela que, ajena a nuestra visita, ignoraba el silente diálogo que mi amigo había entablado con los históricos inquilinos de las paredes: Un Carlos Cano que con su penetrante mirada no perdía detalle y regalaba una mueca de irónica sonrisa; un vitalista Rafael Albertí que con los brazos abiertos como los cristos de Velázquez solicitaba una mínima razón de la imprevista visita, un Enrique Morente que tras el güisqui aún espera volver a degustar el queso en aceite –¡oro molido!- de mi pueblo, los entrañables Rafael Villegas, Javier Egea, Juan de Loxa y tantos otros y admirados residentes : Ángel González, José Agustín Goytisolo, Mario Benedetti, José Saramago, Juan Gelman, Caballero Bonald…
Entre los asombros del lugar también descubres el peso de la soledad, la necesidad de cambiar de planes, la prisa del tiempo que casi se ha vuelto urgencia, y adivinas los encuentros, los amores y desamores, la complicidad, la frustración…y todo lo bebido y vivido, los instantes dotados de eternidad que ahora otros quieren ocupar porque alguien pregunta ¿qué haces aquí si tu tiempo ya ha pasado?.
Y con Joan Manuel Serrat, mi amigo responde: “Quizá llegar a viejo/Sería todo un progreso/ Un buen remate/Un final con beso…Si no estuviese tan oscuro/A la vuelta de la esquina/ O simplemente, si todos/Entendiésemos que todos/Llevamos un viejo encima”. Y es que todos vivimos bajo la implacable sombra del tiempo.
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