No sé si Pedro Sánchez, o quien le asesore en temas de comunicación, percibe la diferencia entre alguien que se presenta como víctima del ‘aparato’ de un partido y de los poderosos y alguien que encabeza ese ‘aparato’ del partido y es la persona más poderosa de España. Sus recientes apelaciones a los ‘golpes’ que recibe de los poderes económicos con “terminales mediáticas y políticas” son más propias de los tiempos en los que fue defenestrado de Ferraz y lanzó sus lamentos a Jordi Evole que de su situación actual. El error de estrategia es doble, por cuanto resulta que buscándose tal ‘enemigo’ está consiguiendo diluir el efecto de las medidas económicas --algunas, entiendo, muy beneficiosas para una parte de la población-- anunciadas el pasado sábado y, en cambio, protagoniza un espectáculo de gladiadores como yo nunca he visto en otros países de nuestro entorno.
Veo a Sánchez cometer últimamente errores que no eran propios de él, contribuyendo a la sensación de que se siente acorralado. No hablaré ya de la increíble forma en la que sus ministros anunciaron que el presidente también era víctima de los espionajes de ‘Pegasus’. Ni de la falta de sensibilidad mostrada con el bochornoso trato de la gendarmería marroquí a los inmigrantes subsaharianos. Diré, simplemente, que no me parece acertado proclamar pugnazmente que se siente víctima de los ‘poderosos’ cuando los ojos de todo el mundo van a estar puestos en Madrid, donde se celebrará esta semana la ‘cumbre’ de la OTAN a la que asistirán cuarenta jefes de Gobierno o de Estado de los países miembros de la Alianza Atlántica.
Esta es la penúltima oportunidad para que Sánchez se rehaga de las recientes meteduras de pata, insisto que sin duda propiciadas por asesores inadecuados, que ni siquiera estoy seguro de que habiten en La Moncloa. La ‘cumbre’ de la OTAN, abrazos a Biden incluidos, no puede de ninguna forma registrar el más mínimo fallo, sino, más bien, algún avance significativo para los intereses de España, como podría ser la mención a Ceuta y Melilla entre los objetivos estratégicos dirigidos hacia el sur en la próxima década.
Porque no creo que baste con el abrazo de Biden, oportunamente divulgado urbi et orbi --lo que me parece lógico y hasta interesante para el país-- para que se produzca una ‘remontada’ permanente de la imagen presidencial: los efectos de las fotos duran lo que duran, y no más. Pero si en la ‘cumbre’ se va a hablar de Marruecos, el gran ausente, y, por tanto, del Sahara, no me cabe duda de que este será también uno de los puntos importantes en la agenda del encuentro de Sánchez con Biden. Y bien haría el inquilino de La Moncloa en tratar esta espinosa cuestión cuando se encuentre con los medios de comunicación en el transcurso de la ‘cumbre’. Porque el nivel de las ‘fake news’ que se están divulgando a través de las redes en torno a los motivos del súbito viraje de España en la cuestión sahariana (se llega a especular, sin la menor prueba, con el contenido de las conversaciones de Sánchez presuntamente espiadas por Marruecos) está adquiriendo niveles insoportables y difamatorios.
Como español, naturalmente que quiero, independientemente de mis simpatías y antipatías políticas, que este encuentro, el más importante en décadas que mantienen los llamados países occidentales, salga bien. No pienso que Sánchez sea el principal encargado de ello, pero sí se ha convertido, aunque no sea más que porque esta ‘cumbre’ se celebra en Madrid, en uno de los responsables principales. Y, la verdad, si a Putin le da un berrinche porque logremos el éxito apetecido por una inmensa mayoría de europeos, y no solo europeos, mejor que mejor. Lo demás, cuánto pueda beneficiar a Pedro Sánchez el éxito del acontecimiento, creo que es secundario ¿no?
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