Juan José Ceba
01:00 • 11 mar. 2012
El pintor Antonio López es uno de los artistas más prodigiosos y auténticos del mundo. Su autenticidad es la solidez personal, la coherencia interna de lucha, la afirmación de una personalidad creativa única, que dialoga de manera constante y honda con los grandes creadores del arte clásico. Es un clásico vivo y de inmensa potencia en sus dibujos, en sus lienzos y esculturas, que tantas riadas de miles de personas hemos podido disfrutar, hace sólo unos meses, en la impresionante exposición realizada en Madrid, en el Museo Thyssen-Bornemisza.
Su visita al Almanzora (conducido por Ibáñez, que lo ha llevado desde Madrid a Olula del Río, Almería y Málaga –donde el maestro iba a tomar unos apuntes, a una modelo-) estoy convencido que ha de dar fascinantes frutos en su creación y en la de García Ibáñez. Se que la amistad con Antonio López está marcando una nueva época para el artista del Almanzora, con el despojamiento y la desnudez en el gran lienzo de ‘La fraternidad universal’. Sé que es el primero de una etapa de mayor radicalidad en la austeridad y exigencia. El desprendimiento, también en lo personal, con su retirada de la dirección del Museo, creo que anuncia un ciclo pictórico dedicado a las mujeres y hombres anónimos, en sus instantes de mayor dignidad.
El encuentro con Antonio López, para nosotros, ha sido inolvidable. Su sencillez, su cercanía, afabilidad y sabiduría, nos tienen conmovidos. Nos ha elogiado el óleo inmenso de Ibáñez –a Carol, a Mar y a mi, tres personas que aparecemos en el coro- que había contemplado en el taller la noche de su llegada a Olula. Y nos ha dicho: “Qué suerte para Andrés teneros a las personas que habéis posado; y qué suerte que tengáis a Andrés”. Después hizo referencia a los desnudos del arte griego: “hay que pensar en todos esos hombres y mujeres que generosamente posaban para aquellos artistas”. Y nos ha transmitido la absoluta fascinación, que le ha causado el paisaje de la sierra de Filabres y el Almanzora. Un verdadero rapto de su alma, del que puede nacer una de sus obras sobrecogedoras. A Mar, paisajista, le pregunta qué le dicen los montes, con esos ojos que se adentran en la luz, unos ojos que –como dice Ibáñez- cada vez se parecen más a los de Picasso.
Asiste a la firma del convenio entre Diputación y la Fundación Ibáñez, y al anuncio del curso de realismo que darán ambos pintores en el Museo de Olula, como un privilegio para aquella comarca. Pero, es su rostro de campesino manchego, con toda la nobleza y dignidad del campo, con la categoría de generaciones entregadas a la tierra, lo que se me queda de Antonio López temblando en el alma, con un escalofrío y una callada bendición por su existencia y su trabajo.
Su visita al Almanzora (conducido por Ibáñez, que lo ha llevado desde Madrid a Olula del Río, Almería y Málaga –donde el maestro iba a tomar unos apuntes, a una modelo-) estoy convencido que ha de dar fascinantes frutos en su creación y en la de García Ibáñez. Se que la amistad con Antonio López está marcando una nueva época para el artista del Almanzora, con el despojamiento y la desnudez en el gran lienzo de ‘La fraternidad universal’. Sé que es el primero de una etapa de mayor radicalidad en la austeridad y exigencia. El desprendimiento, también en lo personal, con su retirada de la dirección del Museo, creo que anuncia un ciclo pictórico dedicado a las mujeres y hombres anónimos, en sus instantes de mayor dignidad.
El encuentro con Antonio López, para nosotros, ha sido inolvidable. Su sencillez, su cercanía, afabilidad y sabiduría, nos tienen conmovidos. Nos ha elogiado el óleo inmenso de Ibáñez –a Carol, a Mar y a mi, tres personas que aparecemos en el coro- que había contemplado en el taller la noche de su llegada a Olula. Y nos ha dicho: “Qué suerte para Andrés teneros a las personas que habéis posado; y qué suerte que tengáis a Andrés”. Después hizo referencia a los desnudos del arte griego: “hay que pensar en todos esos hombres y mujeres que generosamente posaban para aquellos artistas”. Y nos ha transmitido la absoluta fascinación, que le ha causado el paisaje de la sierra de Filabres y el Almanzora. Un verdadero rapto de su alma, del que puede nacer una de sus obras sobrecogedoras. A Mar, paisajista, le pregunta qué le dicen los montes, con esos ojos que se adentran en la luz, unos ojos que –como dice Ibáñez- cada vez se parecen más a los de Picasso.
Asiste a la firma del convenio entre Diputación y la Fundación Ibáñez, y al anuncio del curso de realismo que darán ambos pintores en el Museo de Olula, como un privilegio para aquella comarca. Pero, es su rostro de campesino manchego, con toda la nobleza y dignidad del campo, con la categoría de generaciones entregadas a la tierra, lo que se me queda de Antonio López temblando en el alma, con un escalofrío y una callada bendición por su existencia y su trabajo.
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