“Por favor, no hablemos de lo que nos espera en septiembre”. No me diga que usted no ha escuchado esta frase en alguno de sus encuentros con amigos o familiares estos días. La gente quiere disfrutar de los penúltimos chapuzones, de las antepenúltimas cenas amables, de las fiestas que se van, de las risas agosteñas. España, se diría, lo está pasando bien, incendios al margen, este verano. Pero sabiendo que aquí van a pasar muchas cosas en el inmediato futuro. Tan inmediato que, cuentan, esta puede ser la última semana de ‘calma chicha’ en la política. Y en la economía. Las miradas están puestas en el retorno de una clase política que se ha pasado el último mes pensando, como una pesadilla, en las elecciones que, inexorables, vienen.
Primero, autonómicas y locales. Luego, las generales. Estamos ya en modo elección.
Leo y escucho a compañeros generalmente bien informados que hablan de remodelación ministerial más a corto que a medio plazo, por mucho que Pedro Sánchez trate de echar balones fuera. Hasta donde sé, comparto esas previsiones. Menos ministerios, más poder para algunos ministros, que asumen carteras de otros. Dejar el elenco en dieciocho, y no en los veintidós ministros actuales, un número sin duda excesivo y poco operativo que suscita muchas críticas de gasto disparatado. Otros mensajes, más cercanía a la gente, una actuación diferente -una actuación, al menos_desde el partido: esas son las recetas que vienen de La Mareta.
En el PP reconocen un verano de cierta atonía, que ha permitido a los socialistas sembrar cizaña entre Núñez Feijóo y la siempre activa Isabel Díaz Ayuso. Nada apunta, empero, a un segundo ‘caso Pablo Casado’, ni mucho menos. El ejerciente gallego Feijóo parece haber decidido dejar que la presidenta madrileña vuele a su aire, aunque a veces contradiga el mensaje de moderación lanzado desde la presidencia y desde las ‘baronías’, sobre todo la andaluza. Pero será el mensaje de la calle Génova, y no el de la Puerta del Sol, el que prevalezca en la muy larga precampaña electoral que comienza ahora, si es que alguna vez la campaña estuvo ausente.
Sin embargo, lo que más fascina a cualquier observador político es lo que vaya a ocurrir con Podemos. A veces parece que Sánchez está maniatado por pactos ya decaídos que le obligarían a mantener a Irene Montero y Ione Belarra en el Ejecutivo: es el largo poder desde la distancia de Pablo Iglesias, cuyas ‘memorias’, si las escribiese, podrían resultar muy incómodas para Sánchez (si los defenestrados escribiesen sus historias, La Moncloa se tambalearía). Yolanda Díaz, que es política con vista larga, sabe que unir su destino político a las dos ministras ociosas degeneraría en desastre para sus planes, en los que avanzará este septiembre con suma cautela, presentando a sus equipos de trabajo, los que configurarán una especie de programa electoral: muchos profesores y catedráticos en la redacción de una alternativa, Sumar, que a saber hasta dónde llegará.
Queda, por fin, Vox. La formación más desconocida de todas, porque no ofrece, entre otras cosas, demasiada transparencia ni una línea uniformemente trazada. Abascal sacará pecho si los resultados de su formación amiga en Italia, ‘Hermanos de Italia’, de Georgia Meloni, saca los buenos resultados que le auguran muchas encuestas; en ese caso, no sería extraño un ‘reagrupamiento’ de los populismos europeos para apoyar a Vox en las elecciones generales españolas.
Perdone, en fin, que yo sí le haya hablado de septiembre. Porque puede que la paz bajo la sombrilla no dure ni siquiera hasta entonces. Preparémonos, quienes aún estamos interesados en la política -porque de la política depende, en el fondo, todo lo demás que pueda ocurrirnos--, para emociones fuertes.
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