Lean porque, seguro, que se van a sorprender. El párrafo es demoledor, pero la palabra clave está al final, es la última. Lo escribió el pasado domingo Javier Pajarón, el periodista experto en las informaciones relacionadas con el narcotráfico en la provincia. “Tiroteo en un robo de drogas en El Cañarete. Asalto a punta de pistola en una plantación de cáñamo en la Cañada. Defensa armada de un cultivo de marihuana en Benahadux. Ataque a fuerzas de la Guardia Civil en Torregarcía. Disparos en las 200 viviendas de Roquetas. Incautación de pistolas, revólveres y rifles. Las organizaciones criminales asentadas en la provincia de Almería endurecen su fisonomía a base de plomo”. Fin de la cita.
La criminal amenaza del sanguinario Pablo Escobar cuando daba a elegir a policías, fiscales, políticos o jueces entre plata o plomo está muy lejos de la realidad que nos rodea. Pero la plata y el plomo ya van unidos. El cultivo de ´maría” no es ni la extravagancia de buscadores de felicidad a través de macetas colgadas en los balcones ni el cultivo de algunos clanes familiares que siempre han estado cercanos a territorios peligrosos. Hoy es ya una industria que mueve centenares de millones de euros, centenares del plantaciones intensivas y centenares de delincuentes cada vez más peligrosos.
Si alguien alberga un espacio para la duda ante esta realidad sobrevenida a la que la inmensa mayoría de la sociedad almeriense mira desde la lejanía de la indiferencia irresponsable, habría que recordarle que en la memoria de la Fiscalía Superior de Andalucía, publicada esta semana coincidiendo con la apertura del año judicial, se explícita de forma contundente que ”los índices de estos delitos en la provincia de Almería siguen siendo muy elevados. Es una provincia en la que todos los años es elevado el número de homicidios y asesinatos. Cada vez son más los enfrentamientos entre bandas organizadas, ajuste de cuentas que acaban en asesinato, homicidio o lesiones graves”. Prueba evidente de lo anterior es que en ese balance de la Fiscalía se certifica que este tipo de delitos criminales han aumentado en un solo año un 33% en la provincia. La Fiscalía señala también en su informe que lo habitual es que se identifiquen y se detengan a sus autores y sean juzgados, “aunque en ocasiones se tarde años en la investigación porque se han hecho desaparecer los cadáveres de las víctimas, lo que dificulta sin duda la investigación”.
La lectura de los párrafos anteriores no deja lugar ni a la duda, ni a la indiferencia, ni a la pasividad. Almería, de norte a sur y de este a oeste, corre el riesgo cierto de convertirse en un escenario en el que los grupos organizados en torno al narcotráfico y al cultivo de marihuana encuentren acomodo y, como la “Piovra” napolitana, el pulpo vaya ampliando cada vez más sus criminales tentáculos. No estamos ante una serie de Neflix. Estamos ante una realidad criminal que, si no se le pone cerco de forma inmediata y contundente, acabará convirtiendo una provincia tranquila en un peligroso polvorín.
Todos los expertos coinciden en que todavía no hemos llegado a la implantación de estructuras mafiosas tan consolidadas que resulte imposible su derrota. Almería no es Nápoles ni Sicilia, pero sí existen ya en su geografía provincial barrios con similitudes similares a las que existen en aquellas ciudades italianas.
Las fuerzas de seguridad encargadas de su persecución y la arquitectura judicial que condena estás acciones delictivas cumplen con eficacia más que demostrada su cometido. Pero cómo me han comentado en ocasiones responsable de estas dos fuerzas de choque contra el narcotráfico,” los malos” van siempre delante de los buenos en tecnología y, lamentablemente, en rodearse de ecosistemas ciudadanos en su entorno que favorecen la comisión de estos actos delictivos. Las mafias nunca han sido derrotadas porque a su alrededor construyen y consolidan un microclima social que les da impunidad y cobijo a la par que se benefician, directa o indirectamente, de un interesado reparto de beneficios. El cultivo o el trafico de droga no solo beneficia a quienes lo practican, también aumenta el poder adquisitivo de sus entornos y, por tanto, el gasto en ese ecosistema urbano en el que nacen, crecen y amplían su radio de acción. En los barrios cercanos a Gibraltar nunca se vendieron más televisores, cocinas, lavadoras y coches ultimo modelo que cuando el narco comenzó a vivir su gran expansión a la sombra del Peñón. Que tome nota quien corresponda. “La piovra”, el pulpo, tiene una cabeza, pero sus tentáculos llegan a todas partes y a todos los barrios.
Ante esta situación lo que se impone es la urgente adopción de medidas que doten de más medios humanos y técnicos a esas fuerzas de seguridad y de mayor contundencia penal y recursos personales a quién tiene la misión de luchar desde la ley contra estas actividades delictivas.
No va a ser fácil, pero hay que hacer lo imposible para que algunos barrios de la capital y la provincia no acaben pareciendo a los que existen desde hace tantos años en tantas ciudades italianas. Almería no puede convertirse en Nápoles ni en Sicilia, aunque compartamos el mismo sol, el mismo mar y el mismo clima.
Todavía estamos a tiempo.
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