Una mañana, durante un receso en unas Jornadas sobre Nueva y Vieja Picaresca que se celebraban en la Escuela de Artes y Oficios de Almería, me aparté un poco del grupo de alumnos para leer, en el maravilloso entorno del patio interior, un comunicado sobre un intento de privatización encubierta en una zona concreta de la playa de Almería.
En ese momento, se me acercó Víctor García de la Concha, entonces profesor de la Universidad de Salamanca y uno de los más notables filólogos españoles de todos los tiempos, para preguntarme qué era aquello que leía con tanto apasionamiento. Recuerdo vagamente decirle algo así como que se trataba de un artículo defendiendo que las playas son de todos, a lo cual me respondió que claro que las playas eran públicas, añadiendo además que él hubiera preferido haber quedado aquella mañana en la playa en lugar de en las jornadas. Tampoco me acuerdo demasiado bien de cómo siguió la conversación, solo sé que terminamos discutiendo sobre si el Lazarillo de Tormes adoptaba la forma de un pliego de descargo. Como resultado, me perdí la siguiente sesión, cosa que hoy en día no me pesa en absoluto.
Este encuentro entre un mediocre alumno del entonces humilde Colegio Universitario de Almería y el futuro director honorario de la Real Academia Española, o el contacto sobre literatura comparada con Claudio Guillén tomando un café en el Paseo, se enmarcó en una época inolvidable para las letras almerienses promovida conjuntamente por José Guirao, entonces a cargo de la política cultual en la Diputación Provincial y Fernando García Lara, profesor de literatura y director del Colegio Universitario de Almería.
En esa época se consolidó un fermento literario en nuestra tierra que ya había iniciado en la década anterior Jose María Artero. Se trató sin duda de una época de eclosión en la que estuvimos en la primera división de la actividad literaria española, con jornadas como la descrita al principio del presente artículo, los Debates de la Crítica Joven o la publicación de la revista de arte y pensamiento, durante la que también se gestó la vinculación con Almería de dos escritores de la talla de Juan Goytisolo y posteriormente José Ángel Valente.
Con el paso del tiempo, como también ha sucedido en otros ámbitos de nuestra vida social y cultural, quizás aquel boom de la década de los ochenta no se ha consolidado, pero eso tampoco ha supuesto que la creación literaria no haya ocupado un puesto destacado en la cultura almeriense. Para ser justos, el Instituto de Estudios Almerienses ha continuado apostando por la creación, nacieron proyectos editoriales privados, algunos de gran calidad y otras administraciones locales han apoyado la creación en la medida de sus posibilidades.
De hecho, podríamos decir que al menos a nivel de reconocimiento, las letras almerienses viven uno de sus mejores momentos, con narradores consagrados que han obtenido importantes premios a nivel nacional y con una autora almeriense que ha sido justamente galardonada con el Premio Nacional de Poesía, si bien es cierto que ha desarrollado su obra en su tierra de acogida.
Pero hay un aspecto que me preocupa mucho con relación a la política cultural que se está desarrollando en Almería en el caso de la creación literaria. Me refiero concretamente a la apuesta única que parece estamos haciendo a favor de la autoedición. Quiero dejar bien claro que no tengo nada en contra de esta opción. Yo mismo he recurrido a esta forma de publicación en una ocasión, colaboro revisando obras de compañeros que la utilizan y conozco casos de colecciones poéticas de altísimo nivel que se publican como autoedición. De hecho, considero que, en ciertos casos, como la divulgación de temas locales, se trata de una herramienta imprescindible.
A lo que me refiero es a la autoedición a escala industrial y más concretamente a los riesgos que genera para cierto tipo de creación literaria. Sin duda alguna, a la hora de publicar una obra de creación, tanto la autoedición como la edición tradicional son opciones totalmente legitimas. Pero hay que tener en cuenta que no para todos los autores el objetivo a la hora de escribir es el mismo. Para quien el fin último es ver su obra publicada, el recurso a la autoedición es sin duda alguna el mejor. Pero si en lo que se está interesado es en el proceso creativo, en ese tortuoso dialogo con el lector en el que, por un misterioso proceso de transmutación alquímica que hace que en primer lugar la obra “se sostenga” para después ir cobrando vida propia, trascendiendo las limitaciones del propio creador, sin duda alguna que la autoedición tal y como la concebimos por aquí no es la alternativa. En el primer caso, te ofrecen un ancho sendero luminoso en el que (textualmente) “tú solo tienes que escribir y ponerte guapa/o para la presentación”. En el segundo, la alternativa es un tortuoso recorrido campo a través en el que tienes que superar los arduos obstáculos de la indiferencia o el rechazo, las críticas de los sucesivos lectores beta o especializados y los duros informes de lectura, con el riesgo cierto de que finalmente todo ese inmenso esfuerzo se quede en nada. Pero, por algún misterioso motivo, para muchos creadores esta última opción es la única válida.
Es el momento de que los actuales gestores culturales almerienses se planteen si quieren ofrecer a las nuevas generaciones de autores las oportunidades que a nosotros nos ofrecieron Guirao y García Lara, o si los van a abandonar definitivamente a la disyuntiva de elegir entre la autoedición industrial o publicar fuera de nuestra tierra. Y así en la próxima reseña de una autora premiada, volveremos a leer nacida y formada en Almería, pero con obra desarrollada en no importa que sitio.
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