Almería siempre ha sido una colonia. Desde la decadencia del Portus Magnus hasta casi antesdeayer, la provincia fue un territorio conquistado, una geografía aislada de todo y de todos, un apéndice del Reino de Granada o la periferia de Los Fajardo murcianos. Un espacio de frontera al que nadie prestó nunca atención.
Quienes acumulamos ya una abundante memoria recordamos con facilidad cómo hasta hace apenas tres décadas éramos una provincia dependiente en aspectos tan vitales como la educación o la salud.
En el escenario de la salud- dejemos el universitario para otra semana- solo la voluntad infinita, la vocación indomable y la acumulación de experiencias- ¿qué es el ojo clínico sino los algoritmos de entonces? – de los médicos que dedicaban 24 horas, siete días a la semana a sus pacientes eran la única barricada contra la enfermedad. Cualquier opción relacionada con la salud y cualquier dolencia solo encontraba salida o diagnóstico en Granada o Murcia.
Afortunadamente la situación ha cambiado.
Acabados los complejos en el escenario de la asistencia sanitaria que hasta pusieron en duda la capacidad de la Universidad y el hospital de Torrecárdenas para acoger la carrera de Medicina pretextando sin atreverse a decirlo que los facultativos no estaban capacitados para la docencia obviando, intencionadamente, que esos mismos colegas a los que algunos le niegan esa capacidad docente son los mismos que llevan años enseñando a los futuros especialistas a través del MIR, acabado ese complejo de inferioridad que tanto daño ha hecho en tantos aspectos en esta provincia, en la semana que acabamos de terminar hemos conocido que Marta Casado ha sido elegida nueva presidenta de la Fundación Española del Aparato Digestivo, que Pablo Quiroga es presidente de la sociedad Andaluza de epilepsia y, hace apenas unos días, el cirujano oftalmólogo Joaquín Fernández recibía en México un reconocimiento internacional y la noticia de ser Medalla de la Provincia. Pero estos tres reconocimientos en los últimos quince días no son un hecho aislado, son los reconocimientos más próximos en el tiempo y están unidos por una línea de continuidad en la excelencia por otros colegas en la profesión como Juan López Muñoz, uno de los primeros pediatras de la provincia, María Ángeles Soler, una de las primeras almerienses que estudió Medicina en Granada, en la orla de su promoción solo aparece una mujer, ella, Juan Verdejo, Manolo Martín, Ramón Fernández Miranda, el dermatólogo que acabó con la Lepra en Almería, Diego Morata, un mago del bisturí, Pepe Vicente Rull, director gerente del hospital HLA universitario Moncloa en Madrid y del hospital Mediterráneo en Almería, José Ángel Ruiz Molina y Javier de Torres, dos traumas maestros en rodilla y mano, Francisco Jiménez, pediatra del Virgen del Mar y director del Instituto Balmis de Vacunas y que reúne cada año en Almería a varios cientos de expertos a nivel mundial, Lorenzo Campos, especialista en patología de la mama, Antonio Huete, un neurocirujano solidario que viaja cada año a todos los continentes para operar a quien no tiene acceso a la calidad asistencial que precisan, José Ignacio Abad y Antonio Hernández Lao, dos referencias en urología, Gabriel Fioll, referente nacional en patología de cervix, Jose Bretones, un médico de familia que lleva más de treinta años en la primera línea de los centros de salud en la provincia, María Dolores del Pino, expresidenta de la Sociedad Española de Nefrología y actualmente miembro de honor de la misma, o Lucía Túnez, una enfermera que ha estado y está en la vanguardia del frente de batalla de la lucha contra el covid. La Lista es interminable y no excluiría a ninguno- a ninguno- de los más de mil quinientos médicos y médicas que cuidan de los almerienses y a los enfermeros y enfermeras que están siempre allí donde se les necesita. Nombrarlos a todos en el espacio reducido de un artículo es imposible, pero todos merecen estar- y están- en la memoria agradecida de quienes son cuidados por ellos.
Detrás sus nombres está el rostro humano de esos y esas miles de profesionales que cuidan la salud de los almerienses y que han convertido a la sanidad de la provincia en referente- y así lo ha publicado este periódico- en técnicas en neuromodulación de Raíces Sacras, en inmuno fluorescencia para su uso en cirugía endocrina, en pruebas digestivas pediátricas, en ginecología, siendo pioneros en realizar radiofrecuencia de miomas, en procedimientos de cateterismos pleurales y en otras áreas de incidencia extraordinaria en diagnósticos y tratamientos.
¿Quiere decir todo lo anterior que hemos llegado a la meta? De ninguna manera. Todavía persisten deficiencias y déficits que deben ser abordados con la premura que exige la urgencia de no tener que depender de centros sanitarios de Granada cuando la búsqueda del diagnóstico o la aplicación de un tratamiento no puede realizarse en los centros almerienses por falta de medios técnicos y humanos. Es intolerable que aún persistan carencias como la ausencia de cirugía torácica y cardiaca- el PET-TAC ya tiene fecha de llegada, por fin- en una provincia que es la que más crece en Andalucía. Esa es una carencia inasumible y con la que hay que acabar hoy antes que mañana. Hay urgencias que no se pueden dejar para más tarde y una de ellas es ese déficit de medios de diagnóstico y tratamiento de los que carecemos.
Almería, por tanto, no cuenta con profesionales menos cualificados que los que trabajan- y muy bien- en otras geografías cercanas y conviene que tomemos conciencia de esa realidad. El derrotismo y la resignación han sido durante demasiado tiempo compañeros inseparables del conformismo provinciano. No alcanzábamos más metas porque nadie nos ayudaba a alcanzarlas, pero, también y a la par, por esa maldición del conformismo y el complejo de inferioridad.
Los sanitarios almerienses no están menos cualificados que los de otras provincias, tampoco más. Los almerienses, en general y en cualquier profesión, tampoco son mejores o peores que los de cualquier otro territorio. Es una obviedad recordarlo, pero nunca está de más cuando se ha sido durante tantos años una colonia perdida en el mar del olvido.
Exijamos lo que nos corresponde y arrinconemos de una vez los complejos. Nos iría mejor y nos haría mucho bien.
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