Si hace sesenta años alguien hubiera dicho que Almería se convertiría en un laboratorio privilegiado de lo que iba a ser la Europa del siglo 21, nadie hubiera dudado en calificarlo de iluminado sin luces, quimérico sin medida o tonto sin remedio. Aquella provincia en la que la minoría con dinero solo aspiraba a enviar a sus hijos a Madrid y la mayoría sin recursos a marcharse a Barcelona para continuar sobreviviendo, parecía condenada a la miseria o al desarraigo. El paisaje de entonces era un lienzo tenebrista en el que el negro de la ausencia de futuro oscurecía aún más la penumbra de una pobreza tan llena de dignidad como vacía de esperanza.
Hoy aquel cuadro de sombras se antoja en la memoria dibujado hace mil años y, sin embargo, es casi de antesdeayer. Sesenta años es un suspiro en la historia, pero para Almería han sido seis décadas de formidable proceso revolucionario. Porque ha sido y es y deberá continuar la revolución lo que la provincia lleva viviendo desde entonces. Una revolución no al modo tradicional- un día de fuego y cincuenta años de humo-, sino a la reformista manera de avanzar cada día sin extravagancia, pero con audacia.
Convertir el mayor desierto de la Unión Europea en la mayor “fábrica” agroalimentaria, pasar del arte funerario y del elitismo burgués del mármol a conquistar las cocinas de los cinco continentes, alcanzar la mayor rentabilidad, eficiencia y sostenibilidad en el uso del agua en medio de la climatología más adversa, pasar de ser una tierra de la que emigraron miles y miles de familias a acoger a más de cien mil personas de otras geografías y otros continentes, liderar proyectos de economía azul a través de la biotecnología de microalgas, tener en la investigación de nuevas técnicas de cultivo una estrategia irrenunciable, completar el conocimiento tradicional de nuestros agricultores con la inteligencia artificial convertida en aliada de los procesos productivos, invertir en energías alternativas o ser receptores de estudiantes en la UAL cuando antes éramos exportadores de aspirantes a universitarios son algunas de las conquistas alcanzadas y en continuo desarrollo en estas seis décadas de proceso revolucionario continuado.
De todo ello se habló el viernes en un encuentro organizado por este periódico y en el que participaron el presidente de la Junta, los consejeros de Agricultura, Industria y Sostenibilidad (casi medio gobierno andaluz), el presidente de la Diputación, la delegada del gobierno andaluz, la alcaldesa de la capital y los presidentes, vicepresidentes o directores generales de Cajamar, José Luis Heredia, de Cosentino, Álvaro de la Haza, Casi, Antonio Bretones, La Unión, Jesús Barranco, Única, José Martínez Portero, Vicasol, Juan Antonio González, Hoteles Playa, José María Rossell, Cámara, Jerónimo Parra y transportes Isabel Alonso, Isabel Alonso y Vellsam, María Zamora.
Después de dos horas de reflexión compartida todos los asistentes coincidieron en que Almería es una marca que prestigia a Andalucía y es una provincia de futuro.
El esfuerzo de los almerienses cambió el destino al que parecíamos condenados y, demasiadas veces y en demasiadas aspiraciones, sin los apoyos externos a que teníamos derecho. Imagine el lector donde podría estar situada ya Almería si el PSOE desde la Junta no hubiera ignorado la provincia durante tantos años o si el PP, desde el gobierno Rajoy, no hubiera paralizado las obras del AVE.
El lamento es un refugio en el que solo encuentra acomodo la melancolía y, como cantaba Pablo Milanés, aferrarse a las cosas detenidas es ausentarse un poco de la vida.
Los almerienses, que hoy celebran el Día de la provincia, pueden sentirse orgullosos del proceso revolucionario que cambió la historia, pero nos sentiremos más orgullosos si esa revolución continúa proyectándose sobre la innovación permanente, la internacionalización de nuestras empresas y la sostenibilidad irrenunciable.
Almería está de moda, pero muchos almerienses aún no lo saben.
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