Kamtchatka

Alberto Gutiérrez
09:00 • 26 nov. 2022

De la pandemia nos quedó dentro el cuerpo calloso del miedo. Y la duda. Y la tristeza, que gobierna la mirada perdida de alguna gente que habita en la penumbra. Han pasado casi tres años de aquel abismo del tiempo, que se detuvo en las frías avenidas. Por fortuna, somos carne de olvido, pero nuestros viejos se quedaron en las casas y aún no se ha disuelto esta calima.



Han ocurrido tantas cosas desde entonces y sin embargo hay quien mantiene el verbo lento y los ojos muy abiertos, aunque vuelva a amanecer cada mañana. No se desvanece del todo la distancia. Y han proliferado las palabras gruesas y las voces ardiendo en medio de los campos que no terminan nunca, pues cada día aplasta al anterior.



Uno se fija en lo suyo, pero también en los otros, con su cuota de miedo y su vacuna para el azar. Por eso andamos desbrozando el calendario cada mañana a ver si nos toca el gordo, que es el becerro de oro de este siglo con su lluvia de millones tan a destiempo.



Parece ser que los nuevos ricos esconden los premios a sus familiares, para que no se conviertan en vagos. Ha ocurrido en China, donde el capitalismo tiene tan mala prensa como la democracia, o eso nos quieren hacer ver Hu Jinping, quien no tuvo empacho en desalojar al otro Hu, a Hu Jintao, de ese parlamento de uniformes con fondo rojo.



Antes, las noticias importantes llegaban de Estados Unidos -el imperio-, pero ahora vienen del Lejano Oriente y no a lomos de camellos sino de aviones y barcos cargados de incertidumbre. Dice el periodista Antonio Caño que las democracias hoy están seriamente deterioradas en muchos países. Y es normal, porque nos desayunamos cada mañana mirando a China y a Rusia y nos acostamos a la noche con las últimas bravatas de algún imberbe revolucionario que amenaza siempre con volver y que entiende la política como el Risk, donde Kamchatka valía más que Occidente







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