Una niña española llora desconsolada por la derrota de la selección nacional de fútbol. Es el Día de la Constitución y esta pequeña nunca sufriría tanto si alguna vez derrotaran la ley de la democracia con la que sus abuelos ganaron por goleada a la dictadura 44 años antes. Ni siquiera debe de ser consciente de que disfruta de libertades que niñas como ella no tienen en países como Qatar o Irán.
Los pedagogos que monopolizan con su magia negra la enseñanza pública aíslan de la sociedad a nuestros niños. En los centros educativos solo les abren unas pocas ventanas controladas a un mundo falseado y lleno de estereotipos. Por ninguna de ellas se ve la Constitución; no se enseña, no se celebra, no debe de ser una “situación de aprendizaje” de esas de la nueva y absurda ley. Así, Pedro Sánchez tiene todo a su favor para lo que deja entrever a cambio de cuatro años más en La Moncloa. Pero la Carta Magna resiste porque propicia “El Puente de todos los puentes”.
Me gusta que haya sido Marruecos la que ha echado a España del Mundial. Tras los futboleros disturbios en Bélgica, VOX se frotaba las manos esperando aquí algo parecido que diera la razón a sus húmedas fantasías con ‘Saint Denís’. Pero para su disgusto, aquellas algaradas no se debieron a que eran marroquíes sino a que aquello es Bélgica, un gélido país sin nuestros puentes. Los españoles creamos puentes invisibles mientras que destruimos los puentes básicos de la política y la ciencia.
En ningún otro lugar de Europa se lanzan puentes con risas, miradas, con fiestas o comida. Puentes mediterráneos más firmes y seguros que los de Calatrava. Por ellos cruzamos todos los humanos por igual, compartiendo alegrías y penas.
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