José María Pérez Tudela
20:36 • 01 abr. 2012
No suelo tirarme de la avioneta sin un paracaídas de seguridad, por ello y en este caso concreto, voy a probar a lanzarme desprovisto del artilugio en cuestión, con la seguridad de un aterrizaje feliz. Sin más preámbulos el afán de protagonismo “in extremis“ es una necedad incurable; es galopar en un corcel desbocado, sin estribos ni bridas; es caer en la estupidez, más, si los psicólogos lo consideran enfermedad me disculpo, pidiendo a unas cuantas criaturas perdón por emplear lo que alguien denominó pluma hiriente; o si los facultativos lo diagnostican como trastorno de la personalidad, callo y olvido; más si la causa es la vanidad, voy, como siempre hago, a batirme en el campo del honor.
He dejado transcurrir unos días y, una vez consultado el caso, la causa es un deseo vehemente e irrefrenable que estos seres humanos experimentan por ser objeto de admiración y esa autovaloración, como el ombligo del mundo, les conduce al ridículo más espantoso sin consciencia del mismo por cuyo motivo tampoco hay que recurrir al Juzgado para exponer una querella pero sufrirlos en silencio tampoco. Personajes a los que les gustaría, desde el féretro, escuchar a los embusteros los panegíricos de rigor; de igual manera les sería grato oír a las plañideras llorar y verter lágrimas de cocodrilo, mientras susurran diabólicamente entre jipido y jipido lo tonta o tonto que eran el finado o la finada; pero ya les pasaba como al pobre José María, quien recitó en un corro una poesía, y el único que aplaudió fue un sordo que allí se hallaba porque el pobre no le oía.
Sois dignos de lástima y os quedáis con unas ansias locas de trasponer fronteras pero vuestros débiles ecos apenas si llegan a los pueblos cercanos y eso sucede cuando el viento les empuja hacia allá. Conozco personas que a base de frases encomiásticas y una especie de ejercicio laudatorio han conseguido hacerse de puestos sin remuneración alguna pero con un cierto protagonismo social. Al final sus nombres quedarán sumidos en el olvido para siempre cuando los cuerpos ocupen sepulcros blanqueados, y eso sí, algún que otro epitafio, cómo por ejemplo uno que leí en el cementerio de Cádiz, escueto y breve: “Aquí te espero“. En aquel tiempo comprendí que en este mundo todo es viento que pasa, nube viajera...
“Otros se llenan el pecho de himnos / casi hasta reventar de victorias / yo ausculto la guerra y veo / barro, fémures y violaciones”
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