Desprestigiados

La desvergüenza es libre. Allá cada cual con sus palabras y sus silencios, pero no me digan que, si no fuera porque su excusa hace referencia a un tema tan penoso como los recientes incendios en Galicia, no sería bastante cómico ver ahora a todos estos folcloristas de la consigna movilizándose indignados y reflotando la memoria del Prestige y todos aquellos chapapotes. Conviene no perder de vista, y de ahí lo de la poca vergüenza, que estos tíos que ahora se indignan porque el bosque se quema son los mismos que callaban cuando el bosque ardía, pero mandaban otros. En concreto, en el verano de 2006, en la Galicia gobernada por el PSOE se calcinaron 86.000 hectáreas forestales y perdieron la vida cuatro personas combatiendo los incendios. ¿Dónde estaban estos pancarteros flamígeros? Pues exactamente en el mismo lugar que cuando once bomberos forestales murieron achicharrados apagando un bosque en Guadalajara, y no dijeron ni esta boca es mía. Pues bien, ahí los tienen desempolvando -ahora y no antes- el “nunca mais” y todos los mantras habituales. No digo que no se pueda protestar por la gestión de la lucha contra los incendios o contra los pirómanos. Lo que quiero decir es que la doble vara de medir resulta indecente cuando disfrazamos al sectarismo de ecologismo clorofílico.
Existe una estrategia perfectamente definida de agitar la calle en la esperanza de mejorar tras la pancarta lo que se perdió en las urnas. Hoy es el fuego igual que ayer era la reforma laboral. Pero no se engañen: si no hubiera incendios o si no se adoptasen medidas de reforma habría otras excusas. Por el humo se sabe dónde está esta gente.