En los inicios de este siglo, el escritor e ingeniero británico Gilles Clémet incorporó a los tradicionales modelos paisajísticos - el de la naturaleza o rural y el metropolitano o del asfalto- uno nuevo, el llamado tercer paisaje, que apenas se definió y al que se ha prestado muy poca atención narrativa. En mis últimos paseos por la senda de la despoblación almeriense hallé numerosas moradas vacías, lechos de la tierra patria que se muestran desnudos entre techumbres desvencijadas de casas huérfanas de vida cuyas paredes se sostienen, en algunos casos a duras penas; espacios donde las sucesivas migraciones y abandonos describen un fotograma de soledad y silencios humanos. La llamada España despoblada carece de todo, menos de hogares vacíos, ventanas entreabiertas y casas abandonadas. En ese itinerario de pérdidas, me contaron mis recuerdos que no hay dos ventanas iguales, cada una te ofrece un mundo distinto, una historia particular, unos personajes exclusivos, un paisaje peculiar que demudan a medida que el tiempo nos demuda. Pero no son los hogares clausurados los que más duelen, impresionan e interrogan, el mayor dolor habita en los espacios que hemos respirado, en los silencios que han aliñado nuestra vida o en las ventanas que han custodiado el amor y donde alguna vez nos despertó el gozo del alba como si la pátina del tiempo no hubiese escrito su indeleble huella.
El dolor más agudo se halla tras las ventanas de nuestro propio ser, cuando se muestran desnudas y huérfanas, en las que habitaron los paisajes de nuestras vidas que, como los recuerdos, a veces suelen ser tristes porque –nadie lo ha definido con tanto tino como Serrat- hijos son del pasado, de aquello que fue y ya no existe, el andamiaje sobre el que solo nos queda construir aquello que fuimos, y lo que quisimos y no pudo ser. En nuestra inevitable actividad de buzos del tiempo descubrimos esos amados y extensos paisajes que nutrieron nuestros sentimientos y alimentaron nuestros recuerdos. Son los paisajes del alma, inmunes a toda amnesia. ¿Quién no guarda sus íntimos paisajes del alma?.
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