Chat GPT nos ha dado ya gato por liebre y aún nos colará pato por cisne. Aunque sea artificial no necesita ser muy inteligente para saber que los humanos somos crédulos de serie y nos dejamos gustosos engañar por evitar el incómodo escepticismo. Que una fotografía creada por ordenador haya ganado un prestigioso premio y que la canción de un algoritmo haya timado a miles de fans no son hitos a la altura de la primera pintura rupestre.
No hay que temer más a la Inteligencia Artificial pues la natural ya ha dado suficientes muestras de su torpeza desde Hitler al reggaetón, pasando por Mili y Vanilli. De todos los engaños a los que estamos abonados como especie, el más humano es el ‘autoengaño’, como el de “las impresionistas vistas” desde el Cable Inglés. Veo pedir perdón al político responsable de que cien agresores sexuales salgan de prisión y lo hace con la misma confianza que transmite Hal 9000. ¿Es la comparecencia de Laporta producto de la IA? ¿Y la promesa de 90.000 pisos al final de legislatura? ¿Está Chat GPT detrás de ese ruidoso carricoche anuncio que de madrugada simula limpiar por los barrios de Almería?
Como contó Kubrick, un neanderthal hambriento pintó un par de bisontes en la cueva en la que su clan agonizaba por falta de caza. De repente, el azar les puso delante una suculenta manada. Aquel pintor comprendió de golpe que el engaño movería la humanidad y así se convirtió en el primer chamán, político y pedagogo. Comenzó la historia de la impostura y el disimulo colectivos. Y en España, cuna paleontológica del timo de la estampita y de pequeños Nicolases y Titos Bernis, ha surgido ‘el agujero Negreira’, que absorberá toda la materia cósmica de la que hasta ahora estaba hecha la verdad del universo.
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