La escasez de agua que asola el país se ha convertido en un argumento de tan extraordinario impacto que inunda de preocupación todos los territorios. Almería- la seca, como la definió hace tanto y con tanto acierto el poeta Álvarez de Sotomayor- es uno de esos escenarios permanentemente amenazados en el que las alarmas hace siglos que suenan con insistente monotonía. Nunca tuvimos agua y en esa carencia milenaria brotó la inteligencia que ha convertido la provincia en el espacio más seco, pero en el que con más eficiencia se aprovecha el agua del mundo. La necesidad agudiza el ingenio y despierta la voluntad de encontrar remedio a situaciones que, durante siglos, parecían irremediables. Ya lo escribió Séneca cuando aseguró que las calamidades son siempre menos dramáticas si van acompañadas por alguna virtud que las ennoblezca. Juan del Águila - el almeriense que más ha hecho por esta provincia- ya lo señalaba cuando desde su filosofía del pragmatismo aseguraba que fue la calamidad de la pobreza la que hizo despertad la virtud de buscar sin descanso medios para vencerla.
Para Almería el agua no es solo un recurso insustituible de subsistencia. Es la fuente energética del principal pilar sobre el que se ha construido la estructura productiva en la que se sustenta su desarrollo económico.
Por eso resulta imprescindible que en el libreto en el que se está escribiendo el presente y el futuro la sequía sea el argumento principal. Nadie debe dudar de la sinceridad de todos aquellos que muestran su inquietante preocupación por la carencia de un recurso tan vital. Administraciones públicas, partidos, organizaciones agrarias y comunidades de regantes contemplan con compartido estupor, no la amenaza de una escasez persistente, sino la realidad de un déficit al que, si no se le pone remedio, acabará inundando de improductividad miles de hectáreas.
El excelente aprovechamiento que de los recursos hídricos hacemos en las más de treinta mil hectáreas de invernaderos es el mejor escudo para defenderse de las acometidas de esta amenaza. Administrar la escasez nos ha convertido en excelentes gestores.
Una gestión eficaz y eficiente que tiene en la desalación un aliado formidable. Por eso resulta difícil de entender- imposible de entender, mejor- que las plantas de Villaricos y Rambla Morales todavía no estén aportando los cuarenta hectómetros cúbicos anuales que, entre la dos, podrían estar suministrando a los regantes del Almanzora y del campo de Níjar. Es imposible de entender.
Como es imposible de razonar desde la frialdad del sentido común de la aritmética que se clame por los tres hectómetros que, en el mejor de los casos y en el mayor nivel de la cuenca de origen, podríamos recibir del trasvase Tajo-Segura y, sin embargo, sea el silencio y la inactividad la que haya acompañado la paralización de la desaladora construida y destruida por la riada de 2012 en Villaricos. ¿Alguien puede explicar tan irrazonable contradicción o a qué lógica obedece que se pueda estar un día sí y otro también reivindicando el agua del Tajo cuando ni el PP ni el PSOE se han puesto con rapidez al tajo- de trabajar, no de hablar- para volver a poner en pie la planta que tendría que estar regando el levante almeriense? O, por nadar en el agua de los trasvases, ¿cómo se puede poner el grito en el cielo por la negativa de los regantes del Tajo a aumentar el caudal que envían al Segura o por la derogación del trasvase del Ebro cuando el Guadalfeo, que no está a mil kilómetros como aquellas cuencas, sino a la vuelta de la esquina, es un río del que nadie se acuerda?
Desde la riada del día de san Wenceslao que arrambló la desaladora del Almanzora, el agua llegada a través del trasvase de Tajo apenas ha superado los veinte hectómetros. Veinte hectómetros en diez años. Si la desaladora construida en esa comarca se hubiera levantado en un espacio sin riesgo de verse afectado por las riadas, en esos diez años transcurridos hubiera aportado a los regantes del levante 200 hectómetros, ¡200 Hm3! Pues bien, mientras que el ruido político por la disminución del caudal trasvasado del Tajo ha sido incesante, el olvido de la desaladora de Villaricos solo ha sido roto por la imperceptible levedad de un murmullo ineficaz en sede parlamentaria.
Almería tiene que asumir el reto de convertirse, no solo en un ejemplo único de cómo utilizar el agua, que ya lo es, sino que puede- y debe-construir un modelo confluyente de todos los recursos capaces de aportar soluciones. La provincia ms asediada por la sequía puede diseñar una autopista del agua por la que, atendiendo a las posibilidades y necesidades de cada momento, las “fuentes” que la abastezcan sean complementarias por su diversidad. Trasvases, presas, desaladoras, depuradoras, pozos, todos los sistemas de captación y potabilización son imprescindibles. El agua debe llegar, no desde las rogativas medievales, sino desde la inteligencia de la complementariedad y la innovación.
La consejera Crespo tiene el reto de hacer realidad esa aspiración circular, sostenible y confluyente en Andalucía. En eso está y su experiencia y conocimiento alientan la esperanza de acercarnos a esa meta. No será fácil, pero la racionalidad y la huida de la tentación de utilizar el agua como munición partidista aminorará la dificultad.
El déficit hídrico es un problema estructural que solo puede solucionarse con el sentido común y nunca con el estruendo de la retórica vacía del partidismo. Y esto vale para todos.
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