Lesly tiene 13 años y durante cuarenta días ha sido Wendy para sus tres pequeños hermanos; durante su angustiosa aventura ha vigilado sus sueños peligrosos, convirtió para ellos la selva colombiana en un país de nunca jamás, con torpes serpientes que se enroscan consigo mismas. Los cuatro pequeños ya duermen a salvo en camas seguras sin aquel terror a que el cocodrilo con el reloj en su estómago los alcanzase.
“El viento sopla fuerte y la lluvia es fría, pero los niños son fuertes”, dijo la maternal Lilian Gish en ‘La Noche del Cazador’. Aunque fuera hermana, la hazaña de Lesly es la de todas las madres desde que el mundo es mundo. Ellas son el ancla a la vida, el calor de su vientre y el cobijo de su mandil. También lo dijo Freud a su manera, pero J.M. Barrie lo expresó en ‘Peter Pan’ con ternura e imaginación: convertirse en adulto es doloroso. Todos necesitamos a Wendy para seguir soñando a lo largo de la cruda vida, para, sin dejar de ser niños, crecer y sobrevivir en medio de la selva de la existencia.
También tenemos a Irene, la otra protagonista estos días. Ha sido la Campanilla furiosa de la política fantasía, cabezota y envidiosa de Wendy, de todas las madres patriarcales y desagradecidas que no se han dejado liberar por sus siniestras campañas. Siempre cabreada y con la mandíbula prieta, durante cuatro años ha golpeado con sus alas a sus muchos enemigos. Ha dejado a la estela de su vuelo mediático mucho polvillo de odio y rencor. Irene vuelve ahora a casa a llorar, apagada y sin gracia. Allí le espera su Peter Pan decrépito que creció antes y prefirió hacerse un rentable oficinista de youtube. Los dos recordarán sus pasadas aventuras tan distintas a las de los niños de la selva colombiana.
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