Estos días la filosofía está muy presente en los medios de comunicación españoles gracias a un tipo de buena planta que desesperado va de una radio a otra, de tele en tele, repitiendo frases de gran peso filosófico como “una cosa son los hechos y otra, las opiniones”. En esta afirmación aparentemente sencilla se reúnen decenas de pensadores y miles de complejas páginas de metafísica y epistemología. Considerar que un hecho es una opinión en lugar de discutir la verdad o no del hecho en cuestión es el signo de la postmodernidad.
De forma sintetizada, hechos y objetos han sido patrimonio del realismo ontológico desde Aristóteles al primer Wittgenstein; han sido el punto de referencia que da confianza a nuestra capacidad de conocer y su objetivo, la verdad. Sin embargo, con la revolución copernicana de Kant llegó el giro que desembocó en Nietzsche, Ortega y Gasset y el actual constructivismo postmoderno, que es el fondo filosófico de la actual ‘era de la postverdad’ y su correlato político: el populismo.
Murió Berlusconi, al que el genial Umberto Eco escudriñó antes que nadie. Luego lo ha hecho Paolo Sorrentino con su brillante aire ‘neofelliniano’. En su ‘Silvio’, el magnate y político fallecido encarnado por Toni Servillo pisa una mierda en el jardín de su mansión y su nieto se lo advierte. El antiguo dueño de Tele 5 no pierde la sonrisa mientras le explica al pequeño con aplomo que en realidad no ha pisado truño alguno. Pues en esas estamos estos días en España, el populismo califica los hechos que le incomodan como opiniones sin entrar a discutir o no la verdad en juego, porque el objetivo populista es que la gente pierda el interés por la verdad, hacer que los humanos sean indiferentes a ella y a la mentira.
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