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01:00 • 23 abr. 2012
El hombre está hecho para el trabajo igual que la mujer. No podemos eludir la ¿maldición? bíblica y tenemos que cargar con los quehaceres diarios. En este caso, como en todos, existen las malditas diferencias. Hay quienes no dan un palo al agua durante toda su vida y aquellos otros que han de realizar duras y penosas tareas durante horas interminables a cambio de una exigua retribución.
Estas sufridas personas apenas si conocen el ocio, tan necesario y placentero. Para ellas parece ser que sólo hay una senda de pesimismo debido a la cantidad de injusticias que salpican sus miserables vidas impidiéndoles el caminar hacia el esparcimiento.
Insisto, los placeres que se producen durante el tiempo libre son patrimonio de los escogidos no de los hijos mimados por la fortuna que, frecuentemente, no saben apreciarlos ya que sus vidas huecas de contenido humano han girado siempre en torno a los devaneos que supone no tener obligaciones profesionales ni de ningún otro tipo. Por ello tampoco alcanzan la felicidad y son víctimas del aburrimiento. Surge en mí siempre la pregunta tantas veces formulada, ¿hasta cuándo, Señor, no vamos a ser todos iguales? Sé que vivo en un sueño constante, pero no muere en mi corazón la esperanza. La riego con ilusiones y quimeras y, cómo han sido tantas las veces que he confiado en ella y he sido defraudado, al despertar mis ojos a la realidad apenas ya sí sufro el desengaño.
Cuando hace bastante tiempo dejé de trabajar, intenté vivir sin reloj y hacer aquello que me diera la gana pero la sociedad establece unas normas llenas de telarañas en las cuales te envuelven acabado de nacer -me refiero a los que no hemos tenido más remedio que ganarnos el pan nuestro de cada día- luego, cuando llega la jubilación sigues otras pautas de conducta, pero también sufres casi los mismos estragos de las imposiciones sociales.
Hay gentes ordenadas que compaginan perfectamente su trabajo con los ratos de ocio. Éstos son los inteligentes que aprovechan sus horas de asueto en hacer aquello que les gusta. Conozco amigos que montan en bicicleta, pescadores de caña, artesanos que trabajan en miniaturas con ilusión; quienes escriben sus memorias o novelas, algunos que ejercen de inventores a los cuales yo tomo en serio. Y tantos y tantos ociosos honrados.
Recuerdo a León Felipe que decía: “El hombre ocioso es quien tiene más fino el tacto en los dedos”, pero claro él no se refería a los ociosos/vagos de profesión, sino a los que después de sudar sus horas de trabajo, sacaban provecho de sus ratos libres para crear algo.
Estas sufridas personas apenas si conocen el ocio, tan necesario y placentero. Para ellas parece ser que sólo hay una senda de pesimismo debido a la cantidad de injusticias que salpican sus miserables vidas impidiéndoles el caminar hacia el esparcimiento.
Insisto, los placeres que se producen durante el tiempo libre son patrimonio de los escogidos no de los hijos mimados por la fortuna que, frecuentemente, no saben apreciarlos ya que sus vidas huecas de contenido humano han girado siempre en torno a los devaneos que supone no tener obligaciones profesionales ni de ningún otro tipo. Por ello tampoco alcanzan la felicidad y son víctimas del aburrimiento. Surge en mí siempre la pregunta tantas veces formulada, ¿hasta cuándo, Señor, no vamos a ser todos iguales? Sé que vivo en un sueño constante, pero no muere en mi corazón la esperanza. La riego con ilusiones y quimeras y, cómo han sido tantas las veces que he confiado en ella y he sido defraudado, al despertar mis ojos a la realidad apenas ya sí sufro el desengaño.
Cuando hace bastante tiempo dejé de trabajar, intenté vivir sin reloj y hacer aquello que me diera la gana pero la sociedad establece unas normas llenas de telarañas en las cuales te envuelven acabado de nacer -me refiero a los que no hemos tenido más remedio que ganarnos el pan nuestro de cada día- luego, cuando llega la jubilación sigues otras pautas de conducta, pero también sufres casi los mismos estragos de las imposiciones sociales.
Hay gentes ordenadas que compaginan perfectamente su trabajo con los ratos de ocio. Éstos son los inteligentes que aprovechan sus horas de asueto en hacer aquello que les gusta. Conozco amigos que montan en bicicleta, pescadores de caña, artesanos que trabajan en miniaturas con ilusión; quienes escriben sus memorias o novelas, algunos que ejercen de inventores a los cuales yo tomo en serio. Y tantos y tantos ociosos honrados.
Recuerdo a León Felipe que decía: “El hombre ocioso es quien tiene más fino el tacto en los dedos”, pero claro él no se refería a los ociosos/vagos de profesión, sino a los que después de sudar sus horas de trabajo, sacaban provecho de sus ratos libres para crear algo.
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