Nuestra vida delante de la mesa

La mesa era más que un objeto, era un lugar en la vida familiar

n algunas casas la mesa del comedor se reservaba para los momentos importantes. En la foto, una familia celebrando una Primera Comunión en 1959.
n algunas casas la mesa del comedor se reservaba para los momentos importantes. En la foto, una familia celebrando una Primera Comunión en 1959.
Eduardo de Vicente
21:57 • 09 ago. 2023

La mesa era mucho más que un objeto en las casas; era un lugar de referencia en la vida familiar, desde la humilde mesa de camilla hasta la solemne mesa del comedor o aquella mesa compañera donde los niños jugábamos al parchís y hacíamos la tarea cuando salíamos de la escuela.



La mesa del comedor era un lugar de culto que no convenía profanar. Delante de la mesa en la que se almorzaba había que guardar un orden, un orden moral y un orden jerárquico. Cuando pronunciábamos una palabra escabrosa, allí saltaba una madre o un padre para advertirnos con la seriedad previa a un castigo que “eso no se dice delante de la mesa”. La mesa donde se comía merecía un respeto en un tiempo donde la presencia de Dios estaba tan presente que cuando se nos caía un trozo de pan al suelo teníamos que besarlo para no ofender al Señor. Este tipo de gestos nos recordaban a diario que Dios también se sentaba a la mesa.



El orden jerárquico de la mesa del comedor también era incuestionable. El padre, que entonces era el cabeza de familia, se colocaba siempre en la presidencia, como un capitán dispuesto a que aquella barca rectangular con cuatro patas pudiera navegar sin contratiempos por las aguas aparentemente mansas del almuerzo. En las casas con muchos hermanos, los mayores tenían su sitio reservado por decreto y si alguna vez se nos ocurría a los pequeños apoderarnos de las sillas ajenas, el conflicto estaba asegurado y entonces surgía otra vez la figura materna o paterna para poner orden y volver a recordarnos que delante de la mesa no querían discusiones ni palabras más altas que otras. En mi casa, como en tantas otras, solíamos almorzar en la mesa que teníamos en la cocina, que era una mesa de combate que llevaba impresa las cicatrices de la batalla diaria con los niños, por mucho que mi madre se empeñara en maquillarla todos los días colocándole un mantel inmaculado que disimulaba sus arrugas.



La mesa del comedor se reservaba para los momentos extraordinarios como podían ser las comidas de Navidad, la cena de Nochevieja o la celebración de algún Santo, ya que al menos en mi familia, no se solían festejar demasiado los cumpleaños. La mesa del comedor era la bandera que mostrábamos a las visitas, en aquellas tardes de domingo cargadas de aburrimiento en las que venía a vernos una tía o algún familiar lejano al que había que agasajar con el ritual de los grandes acontecimientos. A los niños nos obligaban a formar parte de la reunión, a participar del café y de los pasteles y a comportarnos como si fuéramos ángeles benditos para que la visita viera los buenos modales que había en la casa.



La parte más amable de la casa solía ser el salón donde estaba la mesa de camilla, que venía a ser el refugio de las familias en las tardes de invierno. Debajo de la mesa de camilla colocábamos el brasero o la estufa de butano que vino después, y allí, con los pies desafiando el fuego, se nos iba haciendo de noche, medio dormidos por la acción del calor. Había quien disponía de una mesa de estudio y allí organizaba sus juegos y hacía la tarea, pero los que no la teníamos nos conformábamos con disfrutar de ese vientre amable y redondo de nuestra entrañable mesa de camilla. 



De todas aquellas mesas que formaron parte de mi casa recuerdo con un cariño especial la del mueble bureau que le regalaron a mi hermano mayor cuando entró en el instituto, con aquel pupitre extensible iluminado por un flexo y aquel majestuoso juego de cajones provistos de una cerradura que los hacía infranqueables. El ‘buró’, como le llamábamos nosotros, era una invitación al estudio y cuando te sentabas delante tenías la sensación de situarte en otra dimensión.





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