No me gustaría que los besos dejaran de ser aquello que la mayoría de los humanos hemos conocido. Los besos conllevan sorpresa, ensoñación, temor, valentía, compromiso, sexo, asco, amor, cariño, cuidado, despedida, dolor…Un beso puede encerrar cualquiera de estas cajitas de vida y hasta que no la abres siempre estás en la incertidumbre, porque así es la existencia. El beso es una aventura, una apuesta todo al rojo, como es el amor, y quien no arriesga no vive. Cuántos amores no han fructificado porque ninguno de los dos dio el primer paso hacia los otros labios. Truffaut nos habló de los besos robados. El no pedido ni esperado puede ser el prólogo de un cuento bello e intenso, o puede ser un borrón, un intento fallido con final abrupto en la papelera. De joven yo recibí varios así. En una ocasión sonó el timbre de mi casa, y tras abrir, en el umbral, una desconocida me plantó un besazo en la boca por sorpresa. Minutos antes me había parado a saludar a una amiga y ella la acompañaba. Me había seguido hasta mi casa y su beso fue tan explosivo como su fulgurante enamoramiento.
Los que quieren burocratizar el beso, someterlo a protocolos y llenarlo de sospecha y sombras, son los mismos que llevan años explicando la sexualidad y el erotismo con el patrón de referencia de agresores y violadores. ¡Qué sinsentido más dañino para los jóvenes! Malditos sean. Hablan sin saber lo que dicen cuando repiten “machismo estructural”, una expresión vacía que solo significa “pecado”. Lo mismo que pensaba el cura de ‘Cinema Paradiso’, que cortaba el celuloide de Alfredo justo cuando dos labios se aproximaban. La escena final con Totó adulto es una de las más bellas de la historia del cine pero hoy día sería quemada en la hoguera.
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