La épica de los restaurantes chinos de Almería

Van desapareciendo gota a gota estos locales que marcaron toda una época en la ciudad

El restaurante Mey Hua es uno de los de más solera que sobrevive en la calle Altamira y se ha readaptado a la comida para llevar.
El restaurante Mey Hua es uno de los de más solera que sobrevive en la calle Altamira y se ha readaptado a la comida para llevar.
Manuel León
23:11 • 20 sept. 2023

El otro día certificaba Álvaro Hernández en estas páginas la defunción del Yuyet, el primer chino de Almería y uno lo sintió como un crunch al hígado de la nostalgia: allí invité por primera vez en mi vida a cenar a una niña del Celia Viñas: 360 pesetas de las que tardé en recuperarme. Era mediados de los 80 y creí que tras un rollo de primavera, esa noche de la misma estación, sucumbiría al amor carnal. Nada más lejos  de la realidad: a la semana siguiente estaba cenando allí mismo, ante un chop-suei, con otro compañero de pupitre.



Se anuncia el cierre del chino de Pablo Iglesias y uno tiene la sensación como de que se escapa toda una época: ese tiempo de la Transición en el que los chinos posibilitaron que la clase media baja, la de los barrios más humildes de Almería pudieran entrar por primera vez en un restaurante barato -gatos aparte- sin tener que dejarse medio sueldo de albañil en el Rincón de Juan Pedro; los chinos irrumpieron hace ahora medio siglo como un fenómeno social en esa Almería de principios de los 80 que aspiraba a dejar de ser por primera vez la cenicienta de España. Y crecieron esas cocinas orientales, entre sopas de aleta de tiburón, entre el inolvidable arroz tres delicias,  como crecieron los invernaderos, como crecía el poder felipista, como crecía la vuelta de los emigrantes.



Ahí estaban esos chinos compitiendo con las migas, con el pescado frito almeriense, en una liturgia que comenzaba cuando entrabas a un local claroscuro y te recibía un señor siempre sonriente e inclinando la cabeza como si  fueses el mismísimo Gobernador Civil, entre farolillos y cuadros de nenúfares, entre música relajante y posavasos con la barriga de Buda; ahí estaban esos chinos en Altamira, en Jovellanos, en el Zapillo, en Artés de Arcos, que han ido cerrando algunos de ellos, arrasados por otras cocinas orientales como la japonesa. Es como si el pato a la naranja oliese ya  a neftalina al lado del emergente tataki. Pero conviene no olvidar que muchos almerienses, algunos ya abuelos, tuvieron allí ratos de felicidad: brindando con los amigos, celebrando aniversarios, intentando conquistar a una chica que se iba siempre con otro.  








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