Ya sé que la hemeroteca de Pedro Sánchez es un cultivo hidropónico de embustes de porte frondoso que, además, se han mostrado resistentes a los virus de la coherencia y otras plagas cavernarias.
Lo sé. Pero es que esto último que ha dicho rechazando la “acción judicial” (sic) que se emprendió contra los golpistas del llamado procés en Cataluña supera los confines conocidos de la indecencia. En un insólito ejercicio de demolición (in) controlada del Estado de Derecho, el presidente del Gobierno en funciones se dispone a volar el sistema judicial al tiempo que ultima el borrado de los delitos de los golpistas, tal como ha admitido el indultado Junqueras sin que hasta ahora haya sido desmentido por el Gobierno.
Y a lo mejor a usted, que está muy centrado en los asuntos verdaderamente importantes, como la liberación mamaria de las cantantes o el culebrón de la selección femenina de fútbol, esto de que las tragaderas políticas de Pedro Sánchez acaben ahogando la Constitución le importa poco o nada, pero permítame recordarle algo más práctico: una vez pasada la pantalla de la ley, el juego entra en la pantalla de la cartera.
Y eso sí que duele. Como el independentismo es una fiera imposible de apaciguar, pues nace y vive por y para la exigencia perpetua, no satisfechos con arrastrar la dignidad de Sánchez y los socialistas por el fango de la evidencia y de limpiarse en las cortinas de la necesidad de sus votos, ahora exigen, además, que el resto de españoles le paguemos la fiesta.
Según Puigdemont, que además del flequillo ya no se corta ni un pelo, España le debe a Cataluña 450.000 millones de euros. Y los pide porque jamás el paletismo tribal catalán tuvo enfrente a un presidente más evangélico que Sánchez, que parece haber hecho suyo el versículo de San Lucas: pedid y se os dará. Y ya no es que estén ordenando otros dos huevos duros para el camarote de Sánchez: es que los piden de Fabergé. Y lo peor es que se los vamos a dar.
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