Después de levantarme, entré directamente en el huerto a por higos para el desayuno. Ya al pasar me di cuenta de que en el patio del gallinero no estaban las gallinas ni el gallo esperándome, pero yo iba contenta porque había visto la luna menguante en el firmamento, al mirar hacia una rama de la higuera, y además volvía con las manos llenas de higos.
Luego fui a tirar los desperdicios de la cocina al gallinero y eso sí que era extrañísimo. Nadie se asomaba, nadie salía al escucharme. Mis temores fueron creciendo y llena de pánico me acerqué a la puerta y miré por el hueco: sus cuerpos yacían en el suelo degollados. Dios mío, qué espanto.
Si este dolor y pena sucede por la muerte de estas criaturas, qué será cuando te encuentres a tus seres queridos asesinados por doquier, como ocurre cada día en tantos conflictos bélicos, sea en la olvidada guerra Rusia-Ucrania, sea en la actual Israel-Palestina.
En mi pueblo se avecina un ataque organizado contra nuestro paisaje natural, un atentado contra la naturaleza. Red Eléctrica, esa empresa multinacional de origen español, se ha empeñado en instalarnos muy cerca de nuestras viviendas y de un paraje virgen y volcánico como el Cabezo María, que a su vez alberga en su cima la ermita de la Virgen de la Cabeza, patrona del pueblo, una subestación eléctrica de entrada y salida de energía dentro del Plan Energético Nacional.
Nuestro ayuntamiento se ha enfrentado a este proyecto presentando alegaciones, entre ellas medioambientales, y ofreciendo además otras alternativas a este trazado. Pero las distintas administraciones hacen caso omiso, incluso las desestiman por silencio administrativo.
No nos queda más remedio que acudir a los tribunales, si queremos reclamar justicia y creer en un Estado social y democrático de Derecho.
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