Cuando pasamos de una zona rica en luz a otra con mucha escasez, no solemos ver bien unos segundos o incluso minutos, nuestros ojos deben adaptarse al cambio y, acomodándose, enfocan con nitidez una vez que la luz atraviesa la pupila, entra en el cristalino y se proyecta sobre la retina, para convertirse en impulsos nerviosos que viajan al cerebro mediante células fotorreceptoras.
Pero no fijamos que nuestro cristalino no está lo suficientemente plano como para ver lo que ocurre en la lejanía de Gaza, la última masacre, a las puertas de marzo, con Israel bombardeando a civiles en cola para hacerse con unas migajas de comida. No todo vale, ni siquiera en guerra, y la comunidad internacional debe dejar de quitarse las gafas de miope.
Es inadmisible que, a pesar de que nuestras fotorreceptoras funcionan correctamente, estemos faltos de células espejo, esas relacionadas con la imitación y la empatía, como parece que nos ha ocurrido con Ucrania. Aunque igual, con el anuncio de Macron de la necesidad de enviar tropas terrestres para que Putin no avance hacia Europa, se nos despierten de nuevo éstas células, aunque solo sea motivados por el miedo.
Se barrunta un marzo complicado, preludio del resto de año, no sé si al nivel del de hace 20 con el ataque yihadista en Madrid y la mentira masiva del Gobierno de Aznar, o del nivel del de hace 4 con la pandemia, pero, como sociedad que no quiere ser ciega, indolente, ni cómplice, deberíamos gritar y exigir cordura y remedios pacíficos a quienes manejan los hilos, como apunta el Presidente Sánchez, para que no se cumplan las supersticiones del refranero, “Pascua enmarzá, o hambre o mortandad”
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