Hace unos cinco año escribí para este mismo periódico un artículo titulado “La bolsa y también la vida”, allí contaba todas las trampas, la suciedad y la estafa de guante blanco, que uno de los grandes bancos españoles, había hecho a un grupo de ancianos almerienses, entre ellos mis padres. Aquellos sucesos tuvieron un final feliz, el banco fue condenando por la comisión de una falta muy grave, obligado a devolver el dinero del que se habían apropiado a sus legítimos propietarios.
Después de todo este tiempo me llegan noticias que acontecimientos idénticos se vuelven a repetir a lo largo de toda la geografía española, los afectados son otra vez ancianos, gente desprotegida a la que han engañado, con las mismas argucias y con igual puerilidad. A base de traicionar su confianza y apuñalarla como auténticos delincuentes, pero eso si sentados tras una mesa, con traje y corbata.
Y bien pensado no estamos todos sometidos a una gran estafa, bajo la apariencia de una crisis, que ciertamente existe, pero que sirve también como argumento “irrebatible” para justificar el saqueo y desvalijamiento que sufren no sólo los ciudadanos, sino toda una nación y si se me apura este estado. ¿Cómo debemos de llamar, sino al caso de Bankia? Los 12.000.000 millones de euros que nos cuesta su nacionalización, reconocidos oficialmente y los añadidos, sobre los que todavía nadie ha dicho nada.
Evidencia la nacionalización de Bankia, que los gobernantes que elegimos no mandan y quienes mandan, nunca podremos llegar a elegirlos, puestos que ellos ya se ha autoproclamados abiertamente como nuestros verdaderos gobernantes de facto. Esta disfunción, revienta el fondo y la apariencia sobre la que descansa la idea de la soberanía, crucial si fuera verdadera, para legitimar el principio de autoridad y los resortes sobre los que construir un edificio llamado estado, con cimientos cada vez más débiles y con una aluminosis que amaga con derrumbarlo, en las próximas e inevitables embestidas.
El reconocimiento de esta realidad triste y paupérrima es indispensable, pero no para regodearnos en nuestra desgracia social y colectiva, sino para establecer las bases de una contestación rápida, contundente y pacífica , que evite la degeneración democrática y acabe con los consentimientos no autorizados por su pueblo, que algunos políticos prestan a camarillas de criminales, bien organizados en torno a unos pocos principios; la codicia desmedida, la especulación financiera sobre la base del estado del bienestar, convertido en unos pocos años en un estado del malestar. A lo que añadir la impunidad o el silencio como actitud propicia y cómplice para seguir con esa dinámica cínica y ruin, que se expresa con unas pocas palabras en los foros de debate parlamentario o en los consejos de ministros: “no hay otras alternativas”.
La transnacionalización y globalización del capital, ha adquirido dimensiones difíciles de calcular y ha generado un nuevo panorama financiero mundial, que el encorsetado marco de las burocracias estatales y de las instituciones internacionales, no alcanza abordar o mostrar indicio alguno de su posibilidad de dotarse de mecanismos eficaces para detener su alocada carrera hacia la hecatombe y la destrucción del planeta, al que no se le ofrecen garantías aunque sean rudimentarias para su protección, al que un deterioro incesante degrada como un estercolero cada día que pasa.
La posibilidad del nacimiento de una nueva conciencia universal ligada a los pueblos antes que a los gobiernos, no es una utopía irrealizable es una necesidad urgente y apremiante, que no puede
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