Noe y la revolución de los tomates

Comenzaron a sentir que su futuro dependía solamente de ellos

La Voz
Moisés S. Palmero Aranda
10:07 • 26 jun. 2024

En 2021 se aprobó, sin PP y VOX, la Ley de la cadena alimentaria para garantizar que los productores recibiesen un precio justo y no tuviesen que vender a perdidas. En febrero de este año, FACUA, denunció que aún no se había producido ninguna sanción al respecto. 



Sin embargo, muchos agricultores, ante la amenaza de perder la inversión y el trabajo realizado, se ven forzados a vender sabiendo que no cubrirán costes, a pesar de que el sector presume de buenas cifras de exportación, rentabilidad, perspectivas de crecimiento, y de planes de futuro.  



Todos buscan culpables, se señalan unos a otros, a los corredores, cooperativas, intermediarios, grandes superficies, a los políticos, la Unión Europea, la competencia desleal de terceros países, a la subida de los costes o a los ecologistas que muestran las desigualdades sociales y los impactos ambientales.



Como si nadie tuviese la culpa, asumen la ley de la oferta y la demanda, que a veces se gana y otras se pierde, pero alguien se llena los bolsillos con la diferencia entre lo pagado a los agricultores y lo cobrado a los consumidores



Noe y David se han cansado de ser el eslabón más débil de la cadena, de su cara de tontos cuando el banco exige sus recibos, de arriesgar su dinero cada campaña, de tirar toneladas de sus tomates para que el mercado aumente beneficios, y de que otros, sin mancharse las manos de tierra, multipliquen por diez sus ganancias, especulando con su trabajo, su ilusión, sus ahorros, su vida y su futuro. 



Han decidido vender directamente al consumidor. Son conscientes de que no inventan nada, que muchos pequeños productores rurales, con otra forma de entender la agricultura, la economía, las relaciones sociales y con la naturaleza, lo llevan haciendo años para dignificar su profesión y crear modelos más justos, éticos, resilientes y sostenibles ambientalmente.



Llevaban años pensándolo, pero la inercia, la comodidad, el miedo, el consuelo del mal de muchos, los frenaba, hasta que el año pasado, a mitad de campaña, se encontraron con la realidad de siempre, la sensación de sentirse engañados, esclavizados y utilizados por el sistema al obligarlos a destruir la cosecha o vender a pérdidas.




Decidieron resistir, se negaron a que la economía, por sus cuentas de resultados, llamase a sus productos de calidad, residuos, basura, y se pusieron a venderlos directamente por redes sociales. Duplicaron horas de trabajo, elaboraron bolsas de cinco kilos, buscaron la mejor manera de enviarlos por España, publicitaron ofertas, y rectificaron sus decisiones, pero les valió la pena.


Comenzaron a sentir que eran libres, que su futuro dependía solamente de ellos, de su esfuerzo y de su ingenio, que dormían mejor y que la angustia, estrés, rabia y frustración desaparecían. El valor del producto lo ponían ellos, y encima beneficiaban al bolsillo del consumidor, y al medio ambiente, evitando el gasto de agua y otros insumos que iban a ser despilfarrados, o convertidos, a unas malas, en compost o alimento para el ganado. 


Gracias a la insurrección de David y Noe, comimos tomates que no habían recorrido media España para llegar a nuestra mesa, a cincuenta céntimos el kilo. Ahora, vemos entusiasmados, comienzan a planificar la campaña, pensando en el kilómetro cero, en vivir al margen del sistema, en diversificar la oferta, en contacto con el consumidor, que le agradece el sabor y la calidad, y le pagan dignamente por ellos.


Quizás esta revolución no sea la solución para todos los agricultores. Quizá la única solución sea cambiar el sistema que nos convierte en esclavos, vasallos y nos hace vivir con miedo y arrodillados.


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