Al españolito de a pie que ha vivido tranquilamente al amparo del buen nombre de las instituciones tiene que resultarle muy cuesta arriba algunas cosas que pasan en nuestra democracia. Omito lo que siente hoy el pueblo acerca de la figura de Franco por más que nieguen que fuera un dictador. Respecto a la Monarquía, tan prestigiada hasta ahora por la Casa Real, tampoco deben beneficiarle demasiado las presuntas imputaciones del Duque de Palma así como las cacerías africanas del Rey y otras habladurías de la prensa. Estamos viviendo una de las crisis institucionales más graves por el escándalo del dinero público gastado en sus veinte viajes a Marbella por el presidente del Tribunal Supremo. El Consejo se divide: unos piden la dimisión de Dívar, otros quisieran encarpetar a quien denunció los hechos ante la Fiscalía General del Estado. El caso ha sido archivado pero no paran aquí los comentarios de tipo moral. Otro tanto ocurre con Bankia. Se piden 23.465 millones de euros para rescatarla y el Gobierno no parece dispuesto a dar una explicación. Señalaron como culpable a Fernández Ordóñez pero si bien éste quiere dar explicaciones en el Parlamento, el PP no está por la labor. Ustedes díganme si Europa se va a fiar mucho de nosotros con un Banco de España que no deja las cosas claras y cedemos la misión a dudosas empresas extranjeras. Por todo esto, el hombre de la calle debe estar aturdido, desmoralizado y cabreado viendo que sus modelos representativos no responden a lo que esperaba de ellos. Como dicen ahora, nuestra crisis no es solo económica sino política.
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