Aunque la sangre azul se tenía por signo de nobleza era más bien síntoma de enfermedad, causada por la endogamia. No debo en modo alguno extenderme en esto, ya que mi condición de hombre gregario y lego en cuestiones médicas me lo impide.
Desde muy joven soñé con una República pero todo fue en vano y, aunque parezca una paradoja, siento hacia Alfonso X111 cierta simpatía; lo mismo que por Sofia, de ojos profundos con pequeñas partículas de nostalgia; y siendo como son seres humanos les diría a los que se ceban en ellos aquello tan hermoso de Jesucristo: “El que esté libre de pecado tire la primera piedra” El tutearlos no es ningún esnobismo, es signo de amistad. Cuando se implantó la Monarquía en España, entrevisté a casi todos los políticos de uno y otro bando y de inmediato confesé con gran agrado ser partidario del PSOE y eso, parecer ser, algunos fanáticos no me lo perdonan.
Una amiga del alma, llamada Purificación Arqueros, médica que nos cura las penas del cuerpo y muchas veces, con la ayuda de Dios, las del alma.
El matrimonio Ayala Ortiz es un hermoso parangón de amor imperecedero; ella, entradita en carnes y una ligerísima y dulce coquetería; él se extrema cuando habla de ella. En definitiva, un Amor tan hermoso como el de Pablo y Virginia.
Karmen Romero hace unas tardes me preguntó por la salud. En justa recompensa un trocito de su extensa y hermosa poesía. “Procuraré ser siempre como soy, con mi alma desnuda y trasparente, saber de donde vengo, adonde voy”. También me acompañó a través del hilo -y en una tarde en que lo necesitaba especialmente- mi amigo y gran actor Carlos Hernández.
Cuando suena el teléfono y es Pîlar Pérez vibra el mismo con una cadencia especial: “Esas noches inquietas en palabras vacías, de lunas quebradizas de placeres fugaces, de miradas perdidas en cunas sin arrullo, de caricias furtivas”.
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