Una de las circunstancias más enervantes de la monumental impostura que supone el Discurso Políticamente Correcto es descubrir que buena parte de sus apóstoles no guardan, fuera de los micrófonos y las tribunas, la exigida pleitesía ante el idolatrado sonsoniquete del todos-y-todas-punto-com. Ya sucedió hace unos meses cuando el ahora vicepresidente de la Junta de Andalucía, el señor Valderas, fue grabado refiriéndose a una delegada de la Junta como “la de las tetas gordas” (sic.), sin que tal comentario mereciese la impregnación de indignación editorial que esas mismas palabras hubieran merecido en boca menos progresista.
Pues bien, el pasado sábado, la vicesecretaria general del PSOE, Elena Valenciano, llamó “feo” al futbolista francés Ribery en su cuenta de Twitter durante el partido de la Eurocopa que enfrentaba a España y Francia. A pesar de que la buena señora se disculpó excusándose por desconocer el accidente que desfiguró la cara del bravo delantero tampoco se produjo la desbocada estampida de indignación vaginal que se habría producido si alguien ajeno a la secta discursiva se hubiera atrevido a llamar “fea” a una deportista poco agraciada. Todas estas anécdotas demuestran que el único interés de esta obsesiva campaña de domesticación y degradación del lenguaje es permitir establecer fronteras y marcar al personal en función de que se pliegue o no al dicterio. La protección de la dignidad de mujeres y hombres se les da una higa a toda esta panda de hipócritas. Y si no, que le pregunten a los desfigurados o a las hipergladuladas.
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